El disco
Canciones para mirar tenía una tapa de papel satinado. No era de cartón y es que, en realidad, era un disco casi casero. Papá contaba que lo había ido a comprar, por recomendación de un amigo o de la revista
Primera Plana, ya no recuerdo, a un departamento donde una nujer de ojos claros atendía la puerta, decía "sí, un momentito" y al rato salía con el disco. Tiempo después fuimos al San Martín, a ver
Doña Disparate y Bambuco, con Perla Santalla, que era igual a La Negra, una de mis tías abuelas, y Osvaldo Pacheco, a quienes mis padres llamaban "culito de pollo" por el gesto de la boca, que compartía con otros "culito de pollo" como Atilio Marinelli y, tal vez, su doble, Dirk Bogarde. No recuerdo haberme reído tanto hasta la aparición de
El País del Nomeacuerdo y la canción "Don Enrique del Meñique". Tampoco recuerdo tristeza mayor que la que me producía "La pájara Pinta" (no podía escucharla sin llorar). Ni placer más grande que el que me daba cantar "Los castillos", que después, mucho después, toqué en flauta y me sirvió para entender qué era una escala menor. Más adelante, cuando fui maestro,
Dailan Kifki, y su lectura religiosa, en capítulos, todos los viernes en la última hora, y, sobre todo, las risas, los comentarios, las caras de los alumnos de tercer grado con los que compartíamos esos momentos (que a veces se reproducían en campamentos, en "algún lugar secreto" que encontrábamos) fueron fundamentales, creo, para que muchos de esos chicos que hoy son más grandes que lo que yo era entonces, valoren la música, la literatura y, sobre todo, el humor y la inteligencia (si es que son dos cosas distintas). Mi hija Laura, ya desde bebé, conoció y disfrutó las mismas canciones, los mismos libros, las mismas poesías, el mismo humor. Y, también, mis desmañadas invenciones inspiradas por ellos: El país al que habían robado los colores, el fabuloso Reino de Quilombia, la Princesa de los Globos y la Bruja Calamuchita. María Elena Walsh, escribió además, un texto fundamental, "El país Jardín de Infantes", en 1979. Un texto cuyo efecto fue el de la ráfaga de aire claro en el medio de un pantano. Después, ya en los noventa, en una entrevista me dijo que el país, en ese momento, ya no era un jardín de infantes sino que estaba en la etapa de la secundaria: era "un país de muchachones", me dijo. La institucionalización de "la jodita", del zafar, del para qué estudiar si igual se llega a intendente, del tinellismo como fuente única, le dan la razón. María Elena Walsh murió ayer. Pocas, poquísimas, fueron hasta tal punto parte tan importante de tantas vidas.