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Tal vez la palabra “disco” ya no quiera decir exactamente lo mismo. Quizá hayan cambiado las reglas de circulación, incluyendo por un lado las bajadas de Internet, pagas o no, y por el otro la resurrección del vinilo. Es posible que el ritual de la escucha haya dado vuelcos significativos, que los amigos –o las familias– ya no se reúnan alrededor de un tocadiscos (o de un equipo de audio) y que todo se haya vuelto más privado, aun cuando en el fondo no haya tantas diferencias entre el MP3 y el viejo walkman. Pero, sin embargo, eso que a pesar de todo sigue llamándose disco se sigue produciendo. De una manera u otra, se lo sigue escuchando y, cada año que termina –o cada nuevo comienzo– encuentra una buena porción de música trascendente para rescatar del conjunto.
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En el ámbito del jazz argentino, no deberían pasar inadvertidos Cada mañana te trae, del trío del pianista Adrián Iaies, el trompetista Mariano Loiácono y el contrabajista Juan Bayón, y los de cada uno de los otros dos integrantes del grupo, el notable Black Soul, de Loiácono y Control, de Bayón (editado, en realidad, sobre el final de 2014). Actividades constructivas, de Ernesto Jodos, el bellísimo Limón, de Rodrigo Domínguez, Cinco, el sorprendente disco del siempre original Marcelo Moguilevsky junto al Cuarteto Cuareim, de Holanda, La incertidumbre, el libro/disco de Luis Nacht junto al escritor Ricardo Piglia y el artista plástico Eduardo Stupía, y Camino, del pianista Hernán Jacinto, conforman una punta de iceberg verdaderamente impactante.
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En el jazz internacional descuellan las ediciones del cuarteto de la cellista Tomeka Reid y del trío del pianista Vijay Iyer (Break Stuff, editado por ECM), The Epic, de Kamasi Washington, Trilogy, del trío de Chick Corea, Synovial Joint, de Steve Coleman and the Council of Balance, Bird Calls, del saxofonista Rudresh Mahantappa, (Dance To) The Early Music, donde el quinteto del trompetista Nate Wooley relee, desde un lugar bien diferente, el repertorio de los primeros discos de Wynton Marsalis (puede ser un homenaje o una burla pero, eventualmente, el resultado es fantástico), The Conduct of Jazz, del trío del pianista Matthew Shipp, Grand Valis, de Hugo Carvalhais, Floating, de Fred Hersch, Save Your Breath, de Kris Davis Infrasound, y The Great Lake Suites, de Wadada Leo Smith.
Entre las publicaciones de música clásica emergen la espectacular versión de Aida de Verdi, dirigida por Antonio Pappano, con Anja Harteros y Jonas Kaufmann (EMI), la conmovedora lectura de obras para piano de Franz Schubert realizada por András Schiff en un fortepiano vienés del siglo XIX, de su propia colección (ECM), la descomunal interpretación de L’Estro Armonico de Vivaldi, por la violinista Rachel Podger al frente del Brecon Ensemble y el Concierto para violín y orquesta de Schumann por Isabelle Faust con la Orquesta Barroca de Friburgo (con el Trío Nº 3 como complemento, tocado por ella, Jean-Guihen Queyras y Alexander Melnikov. Y en el nebuloso campo de la llamada “música del mundo” también hubo algunas ediciones dignas de atención, Mundo, la última publicación de la fadista Mariza, Musique de nuit, del dúo conformado por Ballaké Sissoko en kora y el cellista Vincent Segal (que integra el nuevo trío de Tomás Gubitsch), Wasla, de Tarek Abdallah y Adel Shams, y 22 Strings, de Seckou Keita.
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