sábado, 22 de agosto de 2009

"¿Quizás usted no sepa que yo también pinto?..."



Por Beatriz Sarlo
(publicado originalmente en Revista Clásica)



Todo el mundo recuerda el retrato de Alban Berg pintado por Schönberg. La figura alargada, la masa compacta del pelo, los ojos muy delineados en la cara partida en dos por una sombra, la diagonal del cuerpo que se apoya contra un mueble, quizás la caja de un piano; y, detrás de la figura, un paisaje que podría haber sido de August Macke. Los severos azules y tierras del cuadro responden a un criterio estricto de tonalidad. Ese retrato es muy conocido, aunque sólo porque fuera la tapa, hace muchos años, de los Junglieder de Berg cantados por Fischer-Dieskau.
Schönberg se propuso, cuando lograrlo con su música le resultaba muy difícil, ganar un poco de dinero ofreciéndose como retratista. En 1910 le rogaba a su editor que viera si conseguía que algunos ricos, interesados en el arte, le encargaran sus retratos. No se quedaba corto en el precio con el que se ofrecía, ya que casi alcanzaba la suma que poco después cobraba Egon Schiele, cuya fama plástica era incomparable con la del músico.
Ese mismo año, Schönberg expuso cuarenta y dos telas. El gesto tenía mucho de insensato: Schönberg buscaba encargos de retratos porque no ganaba lo suficiente con su música; sin embargo, para pagar la sala vienesa donde colgó los cuadros que, según sus ilusiones, le traerían algunos clientes, debió organizar un concierto al que sólo asistieron ochenta personas. La crítica, por supuesto, tampoco le fue favorable. En los dos años siguientes, son otros pintores los que reconocen que hay algo en los cuadros de Schönberg: Kandinsky, en primer lugar, y también August Macke, quienes lo invitaron a participar en una exposición de Der Blaue Reiter, en Munich.
Como era previsible, nadie le encarga un cuadro, pero algunos artistas ven "algo" en los que Schönberg ha pintado. Más allá de los límites de un oficio, que Schönberg sólo había explorado antes con Richard Gerstl, Kandinsky reconoce una capacidad de "visión", en obras que llevan muchas veces ese título repetido: "Visiones".
Otras ironías rodearon la relación de Schönberg con la pintura. En 1906, Richard Gerstl pintó dos retratos, de Schönberg y de su mujer, Mathilde, con Gertrude, la hija: cuadros apacibles de interior burgués, empapelados y tapetes. Pero se sabe que los vendavales se filtraban por las rendijas de esos interiores. El mismo año de 1908 en que Gerstl pintó otro casi bucólico grupo de la familia Schönberg entre vagas nubes postimpresionistas, Mathilde abandonó a su esposo y se fue con Gerstl. Un discípulo de Schönberg, Webern, interviene frente a ese probable maestro en defensa del suyo. Mathilde vuelve, finalmente, pero Gerstl se suicida. La historia tiene mucho de melodrama, que Schönberg y Gerstl hubieran juzgado con condescendencia. Y, sin embargo, también tiene algo de novela vienesa, de Schnitzler o de von Hofmannsthal.
Entre ese año fatídico y 1911, Schönberg pintó muchos de sus autorretratos. "¿Quizás usted no sepa que yo también pinto?", le escribió, en 1911, a Kandinsky, que le respondió, después de recibir un envío de reproducciones: "Me entusiasman verdaderamente sus pinturas: ellas encuentran su fuente en una necesidad natural y en una sensibilidad delicada". Posiblemente no fueran estos retratos los que vio en primer lugar Kandinsky sino la serie de fantasmagorías casi abstractas de la "Visiones", que evocan, de una manera que tiende a la abstracción simbolista, una escena intensamente subjetiva, un fondo para Erwartung.
Sin embargo, son los autorretratos de Schönberg los que presentan el enigma de la insistencia y la repetición con variaciones. Schönberg se pinta casi siempre de frente; acentúa el modelado del rostro con una paleta completamente a tono con el fondo: la figura y el fondo tienen un único cromatismo, que sólo varía con los reflejos de luz o los huecos sombríos. De los ojos se prolongan dos líneas imaginarias hacia quien está mirando el cuadro, dos líneas perpendiculares al plano. En algunos, la pupila adquiere una cualidad pétrea, como la de los ojos de las estatuas, perfectamente geométrica y separada con nitidez del óvalo blanco.
De muchos de estos retratos podría decirse que son variaciones en preparación de un mismo cuadro definitivo que, por supuesto, no existe. Son por lo tanto, variaciones cada una de ellas definitiva en sí misma: variaciones sobre el tema de Schönberg. Pero hay uno que se sustrae a la repetición; el autorretrato de 1911, de cuerpo entero, a diferencia de las cabezas que configuran la serie.
Este autorretrato es, también un paisaje urbano que podemos conjeturar en la línea negra que divide, en un sentido vertical y como línea de fuga, el plano: de un lado la calle, del otro, la vereda; sobre ella, separada por una línea más tenue, la alzada de una casa, probablemente también el ángulo de una ventana. Schönberg camina por la calle, que se diferencia de la vereda por los grafismos curvos que evocan el contorno de los adoquines de un empedrado. Lleva un bastón y algo negro en las manos cruzadas, quizás un sombrero; viste un traje pardo y zapatos oscuros, representados con el mismo color del pelo que, macizo y compacto, rodea la cabeza. La parte superior del cráneo casi toca el extremo superior del cuadro; los pies, en cambio, están bien separados del borde inferior. El hombre se aleja.
Pero el hombre que se aleja está de espaldas. El autorretrato es el de un cuerpo y un cráneo que se postulan como "Schönberg". Nada más desquiciante que esta contradicción de la extrema subjetividad a la que aspira un retrato por la ausencia radical de la fisonomía. Melancólico, Schönberg-modelo se aleja de Schönberg-pintor a quien le niega su rostro.

Nota: El Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París realizó entre septiembre y diciembre de 1995 una exposición de los cuadros de Schönberg y publicó un magnífico catálogo, Schönberg, Regards, con textos de Pierre Boulez, Sarkis, Robert Fleck, Werner Hofmann y Christian Hauer. El catálogo incluye la traducción al francés de correspondencia entre Schönberg y Kandinsky, que, para los interesados, se encuentr, en castellano, en un volumen de la editorial Alianza.

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