domingo, 20 de junio de 2010

Icaro en el borde de los géneros


Los mercados grandes permiten una ultraespecialización. En la medida en que las minorías incluyen una gran cantidad de personas también se puede pensar en productos para que les sean vendidos a ellas. Gran diversidad de leches –fresca, larga vida, con o sin hierro, bio, semidescremada, descremada, etc, etc), o de tipos de cebollas o papas o, por supuesto, de especies musicales. Aunque nadie mínimamente informado defendería hoy la obsoleta taxonomía de "música clásica" y "música popular", para muchos, esa suerte de supragéneros que, en realidad, arrastran el viejo concepto de "arte alto" y "arte bajo" o, directamente, de "arte", a secas, y "entretenimiento", sigue configurando los pactos de valoración y escucha. Las categorías posiblemente incluyan más cosas –o cosas distintas– que a comienzos del siglo XX; en el campo de lo artístico tal vez se haya incluido a Jarrett, Miles, Beatles, Leguizamón, etc, y quizá se haya excluido de él a muchas de las óperas cómicas de los siglos XVIII y XIX, pero, en el fondo, muchos siguen pensando en dos campos bastante irreconciliables, finalmente no tan distintos de lo que la revista Pelo, en el campo del rock, había definido como "progresivo" y "complaciente" (qué adorniano que era Ripoll), establecidos a partir de una suerte de frontera esencial marcada por la problematización del lenguaje y la idea del riesgo y la dificultad como valores. De allí provienen, tal vez, las dificultades para habérselas con el "caso Golijov". O, peor aún, con Philip Glass. Y es que en los mercados grandes no hay sólo dos clases de productos, el "Gran arte" y el "entretenimiento menor", para poner dos nombres imprecisos pero, supongo, claros. No hay sólo Webern o Tinelli sino, como con las leches, un abanico casi infinito que cubre una inmensa variedad de posibles consumidores. Así como hay "smooth jazz" y esa categoría que los yanquis denominan "jazz adulto", en donde, por otra parte, puede filtrarse Coltrane con Johnny Hartman o en su disco de baladas, en el campo de la música de tradición escrita las cosas no son demasiado distintas. El entretenimiento abarca desde las neo operetas de Webber y Rice –o, en la Argentina, de Cibrián y Pititto (a) Mahler–o la música para cine hasta la Knitting Factory o el experimentalismo de músicos muy jóvenes que, básicamente. se dedican a poner instrumentos a distorsionar junto a parlantes durante un largo período de tiempo. La perspectiva tradicional, por lo menos en la Argentina y, seguramente, en Francia y Alemania, es que quienes comienzan a producir para alguno de esos segmentos del mercado del entretenimiento, se ha vendido al oro yanqui. Del otro lado se argumenta que los dineros del mercado no son necesariamente más indignos que los de los subsidios –otro mercado, al fin y al cabo– y se explica que cada clase de capitalista fija sus gustos y que sus posibles beneficiarios los tienen en cuenta a la hora de crear. Golijov me decía, en una entrevista realizada hace un par de años para Página/12, que "los europeos escriben al gusto de los profesores universitarios que serán, a la vez, los jurados de los concursos donde ellos presentarán sus obras; los (norte) americanos escriben al gusto del público. Pero el secreto está en no ser literales. Un artista necesita un editor, alguien que lo limite. Pero no debe mimetizarse con él". Un buen ejemplo de entretenimiento artístico, o arte a la medida de alguna de las bandas intermedias del mercado –ni tan Tinelli ni tan Webern– es la nueva obra de Philip Glass, Icaro en el borde del tiempo, que la Royal Albert Hall estrenará el próximo sábado 3 de julio. Con funciones ese día y el siguiente, la composición se anuncia como "family friendly" y su libreto fue escrito por el físico Brian Greene, uno de los defensores de la teoría de las cuerdas y autor del libro El universo elegante (Crítica). Con la participación de la Orquesta Filarmónica de Londres, dirigida por Marin Alsop –que comenzará el programa con la Dr Atomic Symphony de John Adams–, la obra, que tendrá como narrador al actor David Morrisey (el Pequeño John de una de las últimas series televisivas sobre Robin Hood) incluye un film de Al y Al (Al Holmes y Al Taylor) y en Youtube puede verse un adelanto, a la manera de los anuncios hollywoodenses de filmes comerciales.

3 comentarios:

  1. Ay, ay ay, Golijov... Qué tipo despreciable! Cambio de abstracciones: no más "culta" y "popular", ahora tenemos "europeos" y "americanos".

    ResponderEliminar
  2. Diego: ¿y no es viable un contínuo clasificatorio entre lo más o lo menos elaborado? (sin pretender, claro, que allí se agote todo lo que pueda decirse o valorarse sobre un objeto cultural) ¿hay "grandes obras" poco elaboradas, hay "entretenimiento ligero" muy elaborado?

    ResponderEliminar
  3. No sé. En prinicipio nuestra cultura (o nuestra subcultura) piensa la elaboración precisamente como uno de los ejes de valor que diferencian lo "ligero" de lo "profundo" o el Arte mayor del entretenimiento, por lo que aquellos entretenimientos (no vuelvo a poner comillas para no aburrirme pero imagínenlas) muy elaborados empiezan a ser considerados como Arte (de nuevo las comillas). De hecho es lo que que sucedió con Hitchcock leído desde Cahiers du Cinéma. Igual, insisto en que no tengo ninguna certeza al respecto. Habrá que seguir pensando.

    ResponderEliminar