miércoles, 26 de enero de 2011

El lenguaje de la música; el lenguaje sobre la música














"Hay canciones que son más que canciones", decía una voz femenina, por la radio. Y agregaba, más o menos: "Canciones que se escuchan con la piel, que te hacen reir o llorar por lo que te recuerdan". Era un aviso, creo que no muy bueno porque olvidé de qué. Pero me resultó interesante la idea de la música, o del placer de la escucha, que allí estaba implícita. Ningún compositor, ni teórico, ni yo mismo, supongo, suscribiríamos personalmente lo que allí se afirmaba y, no obstante, eso expresaba algo que podría considerarse verdadero en relación con la experiencia de la escucha para muchos. El placer por la función evocativa y por la posibilidad de asociación de una música con un momento en particular; la posibilidad de una audición de piel, puramente emotiva, superior a cualquier otra posible percepción. Esas razones, que para Adorno, en su clásica sociología de la música, hubieran correspondido a los oyentes menos calificados -los emocionales–, aquí se enunciaban como pruebas de una verdadera ecucha, de la mejor de todas, de esa provocada por "canciones que son más que canciones" y capaz, a su vez, de convertir a ciertas canciones en más que lo que son. Nada más alejado del ideal de la escucha abstracta. Y, no obstante, nada más cercano a lo que hace que la música sea importante para tantos. Tal vez, pienso –y no estoy seguro– la experiencia de la escucha no sea tan diferente para unos y para otros. Es posible que sean similares los grados de intensidad emocional de la experiencia auditiva y lo que resulten diferentes sean los argumentos y los sistemas de valor que, consciente o inconscientemente, se ponen en juego en cada caso. Que sean distintas las enciclopedias con las que unos y otros están armados a la hora de la escucha y, sobre todo, las maneras en que unos y otros hablan/ explican/ justifican esa experiencia. Que el lenguaje de la música, tan inasible, sea el mismo en todos los casos y lo que cambie, inevitablemente, sea el lenguaje sobre la música.

2 comentarios:

  1. Duke Ellington, al principio de su autobiografía a cuatro manos, escrita con el crítico y amigo Stanley Dance, decía que casi todos los temas que compuso empezaban con una imagen que los detonaba. Esa imagen, agregaba, estaba casi siempre centrada en algo que recibía de la realidad más absoluta. Decía, por ejemplo, que "Old Man Blues" tenía su origen en un viejo al que veía siempre caminando por Harlem, etc. Entonces habría que sumar al poder evocativo de la música en los oyentes, el carácter evocativo de la realidad en los compositores, con lo cual, contra las pretensiones de abstracción objetiva, tendríamos una cadena de evocaciones subjetivas que podrían usarse según necesidad y conveniencia por casi todo el mundo.
    En cuanto a Adorno, otorgarle algún criterio de autoridad es apenas un acto de fe tan curioso como imaginar la cualidad referencial de la música. La mayoría, como diría, Macedonio Fernández, no duerme de ese lado.

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  2. ¿Ni siquiera este venerable espacio es ajeno a la ola de hostigamiento contra los sacrificados dirigentes sindicales? Poner en entredicho que lo que pensamos sobre la música influye decisivamente en ("determina") lo que escuchamos, es un duro cuestionamiento a la obra social del gremio de la construcción.

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