En diciembre de 2006, el suplemento
Radar de
Página/12 encargó, para su número navideño, una serie de notas con comentarios de discos apócrifos. Rodrigo Fresán escribió, por ejemplo, sobre el desconocido ábum de Frank Sinatra con canciones de suicidas. Mi tema fue una cantata de Bach que. al ser leída al revés, oculta un mensaje satánico. O algo así. Aquí transcribo aquel texto:
Inés Cézar del Prado, en su libro
The Cool of the Bird, traza la
historia de una serie de discos y de obras musicales asombrosas, poco
conocidas y, en algunos casos, inimaginables. Su punto de partida es,
desde ya, el famoso chiste que Miles Davis se hizo a sí mismo o, más
bien, al mito que otros habían erigido con él, cuando, con el nombre de
David Smiley, grabó el álbum del que toma su título el estudio de la
musicóloga portuguesa. Allí, el frío del pájaro, o, tal vez, la
elegancia de Charlie Parker, reemplazan al
nacimiento del cool del disco
en el que se agruparon las grabaciones de 1949, con orquestaciones de John Lewis, Gerry Mulligan y Gil Evans, con el joven Davis como solista. Pero Cézar del Prado va más lejos. Después de
mencionar extraños casos en que el saxofonista Art Pepper se hacía pasar
por el trompetista Art Farmer (“cuestiones del arte”, bromeaba), la
investigadora hace referencia a una cantata satánica escrita por Johann
Sebastian Bach en Mühlhausen entre 1707 y 1708.
De esa obra existiría sólo una versión parcialmente corregida,
incluida con el número 131 en el catálogo Bach (
Bach Werke Verzeichnis,
conocido familiarmente como BWV) en la que, de todas maneras, su título,
“Aus der Tiefe rufe ich, Herr, zu dir” (Desde el abismo lloro hacia ti,
Señor) conserva un significado muy especial con sólo imaginarse un
Señor distinto al de los cielos. Los datos en los que se basa Cézar del
Prado son varios, empezando por el hecho de que ésta es una de las pocas
cantatas de Bach de las que se desconoce el motivo de composición o la
ocasión de la ejecución, aunque se supone que en su versión anterior fue
cantada, en secreto, durante un misterioso festejo navideño en casa de
Wilhelm Franelmacher, un noble sajón del que poco después se perdió el rastro, aunque algunas crónicas aseguran la presencia, en el lejano Virreinato del Río de la Plata, de un misterioso alemán, aficionado a las riñas de gallos y el estupro, cuya descripción coincidiría con la de Franelmacher.
Pero lo que resultaría determinante en relación con los contenidos ocultos de esta cantata es, teniendo en cuenta
los juegos numerológicos a los que el autor era tan afecto, la entrada
en sextas sucesivas descendentes de tres voces (el triple 6 del demonio)
sobre la palabra tiefe (“tinieblas”), culminando en Herr (“Señor”) con
una disonancia de séptima mayor. La portada del autógrafo de la versión
corregida indica que la conformación de la orquesta deberá ser “a una
Obboe, una Violino, doi Violae, Fagotto è Fondamento”, o sea seis voces,
y también en las partes instrumentales las sucesiones de tres sextas
descendentes, culminando con un intervalo de séptima, son recurrentes.
Pero en esa obra sucede algo aún más llamativo, que funciona como un
verdadero anticipo de los mensajes satánicos en los discos de vinilo
escuchados al revés. El tema que las distintas voces van cantando en la
fuga “de las profundidades”, a distancia de sexta, es la retrogradación
(o sea la misma melodía leída de atrás para adelante) del coral
inicial de "Gott ist mein König" (Dios es mi rey), una cantata compuesta
en esa misma época (fue ejecutada el 4 de febrero de 1708) y catalogada
como BWV 71, como demuestra la musicóloga Eva Nöhl.
Existen varias versiones de la
Cantata BWV 131 pero sólo una,
reciente, de la versión reconstruida de la original, en la que el último
coral alaba, sin vueltas, al Señor de las Profundidades. La obra
aparece allí como “atribuida a Bach” y, desde ya, sin número de
catálogo. El organista y estudioso Paul van Elko, director del excelente
coro y del selecto grupo de instrumentistas y solistas que la
interpretan (la soprano Grazyna Kolesterowa, el contratenor Parthos Kalamitossos,
el tenor Chaucer Ditto y el bajo Enkohi Endo), deja entrever, en sus
notas en el riguroso folleto que acompaña el álbum, que la obra tanto
podría ser de Bach como de alguno de sus discípulos que parodió la
BWV
131 sin conocimiento del compositor. Los manuscritos en los que se basó
Van Elko para la reconstrucción no son autógrafos y corresponden a una
época posterior. Pero, en cualquier caso, el poderío musical y la fuerza
expresiva de la “fuga satánica” son, sin duda, de Bach y bien valen la
búsqueda del disco que, por supuesto, no se consigue en Buenos Aires.