viernes, 24 de agosto de 2012

Voces






Hoy y mañana, sábado, a las 20.30, habrá nuevas funciones. Ayer, jueves, fue el estreno en el CETC. Gallos y huesos era un largo poema de Sergio Chejfec, dividido en 21 partes y regido por la objetivación y la distancia. Sobre él trabajó el compositor Pablo Ortiz y, después, ya sobre la obra de ambos, el artista plástico Eduardo Stupía. La composición está concebida para un grupo coral y arpa. Es evidente, en el manejo de la polifonía y en el tratamiento de las palabras, la referencia a los madrigales y, especialmente, al repertorio del Concerto delle donne, el grupo femenino para el que compusieron Luzzaschi y Marenzio y con el que se deleitaba el Duque de Ferrara. Hay otra voz, la de Stupía: imágenes que, con distinto ritmo, se suceden generando distintas texturas con el texto y la música. Cuestión de voces, podría decirse, en una obra extraordinaria donde las voces –y el ritmo de las palabras– son respetadas escrupulosamente y en que flota, como una niebla –o una luz nocturna– un cierto aire a milonga o cielito campero. Las voces del caso, además de la de la arpista Lucrecia Jancsa, son las del Nonsense Ensamble. un pequeño coro de solistas que dirige una de sus integrantes, Valeria Martinelli y que editó hace poco un disco fantástico con la obra que le da nombre, los Nonsense Madrigals de György Ligeti, Cries of London, de Luciano Berio, y Gente que canta de espaldas, de Juan Carlos Tolosa.

sábado, 18 de agosto de 2012

Vijay Iyer








Nacido en 1971, graduado en Yale y doctorado en California en Matemática y Física, Vijay Iyer acaba de ganar cinco categorías en la encuesta entre críticos realizada por la revista epecializada en jazz Down Beat que, además, le dedicó la tapa de su número de agosto. Elegido como mejor pianista (con 154 puntos contra 147 de Keith Jarrett, su seguidor más inmediato, 131 de Brad Mehldau y 119 de Jason Moran), artista de jazz del año, "estrella naciente" y, con su trío –que integran junto a él Stephan Crump en contrabajo y Marcus Gilmore en batería–, merecedor del galardón a mejor grupo y a mejor disco (por el extraordinario Accelerando, publicado por Act Music + Vision), Iyer, más allá de las cuestiones de mercado, de los deslumbramientos –muchas veces fugaces– que cada tanto atacan a los seguidores de cualquier género y a cierto vacío creativo que los propicia, es una de las voces más interesantes del piano actual, y de algo que, si no se tratara de una palabra bastante larga y, quizá, demasiado pretenciosa, podría definirse como posjarrettianismo. Las fuentes, en rigor, van más atrás de Jarrett e incluyen, claro, a Bud Powell y Thelonious Monk pero también a Cecil Taylor. Su discografía en Act Music + Vision (con presentación y sonido de altísima calidad) incluye dos álbumes con el trío, el premiado Accelerando y el anterior Historicity, uno solo, con standards –hay allí una versión deslumbrante de "Epistrophy"– y temas propios que se llama, como no podría ser de otra manera, Solo, y otro, Tirtha, con el trío que conforma con Prasanna en guitarra y voz y Nittin Mitta en tabla, donde parte de temas clásicos indios y los lleva a un terreno sumamente personal. Aquí puede apreciarse, en vivo, el trabajo del trío con Crump y Gilmore, en este enlace puede escuchárselo solo en "Human Nature" –pequeño homenaje a Michael Jackson–, y aquí con el grupo indio.

domingo, 5 de agosto de 2012

Los mejores. Hoy: canciones de los Beatles interpretadas por otros.











Sarah Vaughan y Count Basie les dedicaron discos enteros a canciones de los Beatles. Duke Ellington y Buddy Rich grabaron varias. Y, por supuesto, cantantes como Frank Sinatra y Tony Bennett también sucumbieron a la tentación. Además, Luciano Berio realizó arreglos para su mujer en ese entonces, la extraordinaria cantante Cathy Berberian, Toru Takemitsu hizo transcripciones para guitarra y coros renacentistas, como The Kings Singers, cantaron versiones estilizadas. Y la verdad es que las canciones de los Beatles mostraron una resistencia notable a dejarse penetrar por cualquier cosa que no fueran los mismos Beatles. Nada de todo lo mencionado tiene demasiado valor, salvo para poner de relieve las versiones originales. Y en el catálogo de grandes desperdicios habría que contabilizar la versión abossanovada de "Yesterday" incluida en Delightfulee, de Lee Morgan, donde un grupo inmejorable (Morgan, Joe Henderson, McCoy Tyner, más una big band orquestada por Oliver Nelson y en la que están Wayne Shorter y Phil Woods entre otros) toca algo realmente inempeorable, y las varias de Magical Mistery, un disco de Bud Shank donde Chet Baker toca la trompeta. No obstante, sí hay buenas relecturas de los Beatles, comenzando por el rhythm & blues y el soul –las extraordinarias "Eleanor Rigby" de Aretha Franklin, en vivo en el Fillmore West, en 1971, y "Hey Jude" de Wilson Pickett– y sus aledaños blancos –inolvidable "With a Little Help from My Friends" de Joe Cocker, en la versión de estudio, con músicos como Steve Winwood y Jimmy Page, y en vivo en el festival de Woodstock–. En el propio campo del rock, tanto "Help" por Deep Purple (en su primer disco, Shades of Deep Purple, de 1968) como "Every Little Thing" por Yes (también en su primer disco, Yes, de 1969) resultan reveladoras. Y volviendo a "Yesterday" y el jazz, hay una versión notable del Modern Jazz Quartet, inédita en su momento y acoplada como bonus track en la edición en Cd de sus discos para Apple, Under the Jasmin Tree y Space. Varios guitarristas –Wes Montgomery, Grant Green, Lee Rittenour– abrevaron en "A Day in the Life" pero es la  versión de Montgomery –incluida en el disco titulado precisamente con el nombre de esa canción– la que modeló a todas las demás y permanece como un mojón, más allá de las discusiones de su época acerca de sus características comerciales. GRP editó hace años, por su parte, un disco (I Got No Kick Against Modern Jazz: A Grp Artist's Celebration of the Songs of the Beatles) irregular por definición, pero donde hay una joya indiscutible, "Eleanor Rigby" en un solo de piano de Chick Corea, y dos excelentes escoltas, "She's Leaving Home" por el trío de McCoy Tyner y "And I Love Her", por el de Diana Krall. Y un escalón atrás, ya en un terreno notablemente más blando, aunque no carente de méritos, aparece "The Long and Winding Road" por George Benson, que ya había grabado en 1969, para A&M, un disco con muy buenos momentos, The Other Side of Abbey Road. "Eleanor Rigby" por Caetano Veloso (en Cualquer coisa, de 1975), "Golden Slumbers" por Elis Regina (en Ela, de 1971) y "Come Together" por Cassandra Wilson y Dianne Reeves (en Bob Belden presents: Strawberry Fields, editado por Blue Note en 1996) completan esta lista incompleta y, obviamente, arbitraria.

jueves, 2 de agosto de 2012

El museo de la modernidad










El Teatro Colón exhibió, en su último programa de ópera, dos obras escritas hace unos cien años, Erwartung, de Arnold Schönberg, y Hagith, de Karol Szymanowski. La información de prensa hablaba de "dos óperas vanguardistas". Más allá del error y los malos usos de la palabra "vanguardista" resulta interesante tomar tal apreciación, que podría ser compartida por una porción significativa del público de ópera, desde una perspectiva antropológica. Es decir, no calificarla de falsa o equivocada sino tratar de dilucidar qué verdad expresa para una determinada comunidad.
El hecho de que la música de hace cien años siga siendo pensada como "contemporánea" –y no sólo por sus enemigos, como lo demuestran los orgasmos múltiples obtenidos por quienes temblaron ante Erwartung como quienes recibían un baño con el agua bendita de la modernidad, vertido desde su propia fuente– puede, simplemente, atribuirse a la falta de información. Pero, también, puede servir para provocar algunas preguntas. Por un lado, la falta de información y la ausencia de frecuentación de ciertas obras y estéticas es real. Erwartung, en efecto, se escucha en vivo en Buenos Aires por primera vez en sesenta años, lo que hace que se trate, para más de dos generaciones, de una novedad nada metafórica.  Por otro, y en un sentido que podría parecer opuesto,  por primera vez en la historia, todo –o casi todo– el pasado esté disponible, por lo menos si se tiene la curiosidad y los medios técnicos –una computadora y un servicio de Internet– necesarios. Las reglas del juego han cambiado, aunque no se sepa exactamente cómo, y algunos de sus efectos empiezan a notarse. Podría pensarse que, desde hace un tiempo, los estilos han dejado de clausurarse y reemplazarse entre sí, como era otrora. Simplemente se superponen.
El Primer libro de Estudios para piano de György Ligeti, al que nadie en su sano juicio le birlaría su condición de contemporáneo, fue compuesto en 1985, hace 37 años. Por no hablar de Revolver, de The Beatles, que tiene 46 años de edad, o del sorprendente City of Glass que la orquesta de Stan Kenton registró 59 años atrás. En otras épocas, esos eran tiempos muy largos. 37 años es el lapso transcurrido, sin ir más lejos, entre las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach, y el Concierto para piano y orquesta K216 de Wolfgang Amadeus Mozart, es decir entre dos mundos estéticos absolutamente diferentes.
Por supuesto, la imagen de un tiempo estático es falsa. Como lo es la sensación de que nada nuevo ha sucedido en el campo de la música en los últimos cuarenta años. Y allí están para desmentirlo, en diferentes campos, Fausto Romitelli, Bang on a Can, Mars Volta, Björk, Kris Davis, Ernesto Jodos, Toshio Hosokawa, Factor Burzaco o Thinking Plague, entre muchos otros. Por un lado, se hace necesaria la actualización de la biblioteca de la modernidad. En un sentido, sería tiempo de que Schönberg, Cage y hasta Stockhausen y Boulez empezaran a poder ser vistos –y oídos– como la historia y no como el presente. Por otro habría que reconocer que sí ha caído, creo, ese gesto de voracidad estética, de afán por alguna clase de infinito, como sentimiento de época. Esa manera de saltar hacia adelante que está en los Beatles, en Caetano, en Almendra o en el primer disco de Deep Purple, Shades of Deep Purple, de 1968 (anterior en varios meses al Álbum Blanco), y en el Penderecki de los 50 y los 60, y en Ligeti y en Coltrane, por supuesto. Esa forma de entender el arte que, en la actualidad, está aquí o allá, pero no en todas partes.