sábado, 23 de enero de 2016

Discos 2015-2016












Tal vez la palabra “disco” ya no quiera decir exactamente lo mismo. Quizá hayan cambiado las reglas de circulación, incluyendo por un lado las bajadas de Internet, pagas o no, y por el otro la resurrección del vinilo. Es posible que el ritual de la escucha haya dado vuelcos significativos, que los amigos –o las familias– ya no se reúnan alrededor de un tocadiscos (o de un equipo de audio) y que todo se haya vuelto más privado, aun cuando en el fondo no haya tantas diferencias entre el MP3 y el viejo walkman. Pero, sin embargo, eso que a pesar de todo sigue llamándose disco se sigue produciendo. De una manera u otra, se lo sigue escuchando y, cada año que termina –o cada nuevo comienzo– encuentra una buena porción de música trascendente para rescatar del conjunto.
En el caso de la Argentina, y de las músicas no masivas, el solipsismo llega casi a un extremo. No sólo no hay demasiados discos disponibles. Casi tampoco hay disquerías. En el caso del jazz sobrevive, con honores, Minton’s, en la Galería Apolo, en la calle Corrientes. Zival’s, en la esquina de esa avenida y Callao, muestra algo que bien podría ser leído como un nuevo signo de los tiempos. Por primera vez desde la década de 1980, un local le dedica un lugar predominante a los vinilos, ese nuevo objeto del deseo o signo de status (aspiracional, lo llaman los sociólogos) al que parece volcarse el mercado de la alta fidelidad –y de los nuevos yuppies–, por lo menos en el campo de las músicas de tradición popular. Curiosamente, para el comprador de discos clásicos de todo el mundo, el CD –aunque en sus versiones HD y SuperAudio– sigue siendo el formato más elegido. Y eso es todo. El resto queda en manos de la red. Algunos sellos clásicos de importancia, como el inglés Hypèrion, vende directamente su material, ofreciendo (a distintos precios) las descargas en MP3, Flac-16 bits o el súper sofisticado Flac-24 bits. La página eClassical.com, por su parte, ofrece, con las mismas características, catálogos como los de la casa sueca Bis, la inglesa Chandos y las francesas Harmonia Mundi o Alpha, además de muchas compañías más pequeñas. Y I-Tunes ha optimizado notablemente su oferta, añadiendo los folletos en PDF en casi todos los casos y mejorando con un nuevo sistema de ecualización, que se anuncia como “mastered for I-Tunes” el soporte m4a, que, en los hechos, implica una compresión selectiva y con un muestreo de 8 a 96 Kz en lugar del límite de 16 y 48 proporcionado por el MP3.
Las filiales locales de los sellos grandes han reducido su actividad al nivel de hibernación. Es de agradecer, entonces, que dos o tres de los mejores discos extranjeros del año 2015 hayan sido publicados localmente: Yesterday I Had the Blues, que el cantante José James dedicó a Billie Holiday (Blue Note), The Silver Lining, de un extraordinario Tony Bennett en dúo con el pianista Bill Charlap, y la versión del Triple Concierto de Ludwig Van Beethoven por la cellista Sol Gabetta, el violinista Giuliano Carmignola y Dejan Lazic en piano, junto a la Orquesta de Cámara de Basilea con dirección de Giovanni Antonini (ambos editados por Sony).
En el ámbito del jazz argentino, no deberían pasar inadvertidos Cada mañana te trae, del trío del pianista Adrián Iaies, el trompetista Mariano Loiácono y el contrabajista Juan Bayón, y los de cada uno de los otros dos integrantes del grupo, el notable Black Soul, de Loiácono y Control, de Bayón (editado, en realidad, sobre el final de 2014). Actividades constructivas, de Ernesto Jodos, el bellísimo Limón, de Rodrigo Domínguez, Cinco, el sorprendente disco del siempre original Marcelo Moguilevsky junto al Cuarteto Cuareim, de Holanda, La incertidumbre, el libro/disco de Luis Nacht junto al escritor Ricardo Piglia y el artista plástico Eduardo Stupía, y Camino, del pianista Hernán Jacinto, conforman una punta de iceberg verdaderamente impactante.



En el jazz internacional descuellan las ediciones del cuarteto de la cellista Tomeka Reid y del trío del pianista Vijay Iyer (Break Stuff, editado por ECM), The Epic, de Kamasi Washington, Trilogy, del trío de Chick Corea, Synovial Joint, de Steve Coleman and the Council of Balance, Bird Calls, del saxofonista Rudresh Mahantappa, (Dance To) The Early Music, donde el quinteto del trompetista Nate Wooley relee, desde un lugar bien diferente, el repertorio de los primeros discos de Wynton Marsalis (puede ser un homenaje o una burla pero, eventualmente, el resultado es fantástico), The Conduct of Jazz, del trío del pianista Matthew Shipp, Grand Valis, de Hugo Carvalhais, Floating, de Fred Hersch, Save Your Breath, de Kris Davis Infrasound, y The Great Lake Suites, de Wadada Leo Smith.
Entre las publicaciones de música clásica emergen la espectacular versión de Aida de Verdi, dirigida por Antonio Pappano, con Anja Harteros y Jonas Kaufmann (EMI), la conmovedora lectura de obras para piano de Franz Schubert realizada por András Schiff en un fortepiano vienés del siglo XIX, de su propia colección (ECM), la descomunal interpretación de L’Estro Armonico de Vivaldi, por la violinista Rachel Podger al frente del Brecon Ensemble y el Concierto para violín y orquesta de Schumann por Isabelle Faust con la Orquesta Barroca de Friburgo (con el Trío Nº 3 como complemento, tocado por ella, Jean-Guihen Queyras y Alexander Melnikov. Y en el nebuloso campo de la llamada “música del mundo” también hubo algunas ediciones dignas de atención, Mundo, la última publicación de la fadista Mariza, Musique de nuit, del dúo conformado por Ballaké Sissoko en kora y el cellista Vincent Segal (que integra el nuevo trío de Tomás Gubitsch), Wasla, de Tarek Abdallah y Adel Shams, y 22 Strings, de Seckou Keita.
Finalmente, pero lejos del último lugar en importancia, aquí van algunas ediciones de la llamada música contemporánea que me llamaron la atención durante el último año: Et Lux, de Wolfgang Rihm y Árboles lloran por lluvia, de Helena Tulve (ambos en ECM), Solitude, un disco de Séverine Ballon, Thierry Blondeau y Mark Knoop haciendo obras de Mauro Lanza, Liza Lim, Rebecca Saunders, James Dillon y Thierry Blondeau (en el sello Aeon), The Source, de Ted Hearne, el primer volumen dedicado a la música de cámara de Krzysztof Penderecki, en el sello polaco Dux,  y The Wind in High Places, de John Luther Adams. Y, como bonus track, tres discos cercanos (aún en sus lejanías) al mundo del mejor rock: Blackstar, del inmortal David Bowie, Hand. Cannot. Erase, de Steven Wilson, y 3,76 de Factor Burzaco.

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