viernes, 30 de septiembre de 2011

Públicos










En la crítica hay un subgénero detestable: la "crítica del público". Varios colegas, consciente o inconscientemente incurren en ella y uno de sus aspectos más desgraciados es que la ejercen sólo cuando el público no está de acuerdo con –o hace cosas que le molestan a– ellos o ellas. Si los asistentes a un concierto, por ejemplo, aplauden lo mismo que quien critica, se dirá "una calidad (o un poder de comunicación, o lo que sea) rubricado por el caluroso aplauso/la ovación/etc." Si, en cambio, el público aplaude lo que al crítico o crítica no le gustó, éste o ésta se despachará violentamente contra él: su formación, sus gustos y hasta sus modales. Dicho esto, haré un poco de "crítica del público". Al fin y al cabo este es un medio un poco más (auto) complaciente que un diario o una revista y uno puede permitirse ciertas infidencias, confesiones y hasta alguna que otra bajeza. En rigor, más que crítica, lo que haré son preguntas acerca de cuestiones que escapan totalmente a mi comprensión. ¿Por qué las toses comienzan cuando empieza la música y no antes? No conoazo ningún tosedor. Pero es obvio que los hay. ¿Quiénes son? ¿Están resfriados? ¿Tosen por nervios? ¿Por horror al vacío? Y, en ese caso, ¿cómo puede ser que la música que aparentemente eligieron para escuchar, abonando para ello un estipendio muchas veces oneroso, les parezca "el vacío? ¿Es posible que un pianísimo o, simplemente, un momento en que no se produzca alguna clase de clímax (aunque tal vez se lo esté preparando) resulte intolerable para tanta gente? ¿O se tose por otras razones, más privadas y aún menos comprensibles? Tema dos: los celulares (y no me refiero a la obsesión de Jarrett con las fotos o filmaciones). Ante todo está la cuestión sonora. Y siempre, regularmente, en cualquier función teatral, hay algún celular que suena (a veces varios). Durante un tiempo creí que se trataba de olvidos. Y no podía comprender cómo era que alguien olvidaba precisamente eso. Ahora creo que no, que hay gente que decide que estar "comunicada" no es algo negociable y que decide dejar sus celulares conectados durante la función. La comodidad del otro (incluso del artista), o la mera ley o convención social destinada a la mejor convivencia, no es para ellos equiparable, ni mucho menos superior, a su necesidad del celular. Pero están también, y no son menos molestos, los que anulan el sonido pero utilizan el celular asiduamente a lo largo de una función. No sólo perturban el resplandor y los parpadeos lumínicos, sino, sobre todo, la torturante verificación de que uno no lo entiende todo y de que está lejos de conocer todas las respuestas del universo. ¿Qué es lo que lleva, por ejemplo, a que una pareja de mediana edad (o tal vez algo más, y esto lo digo en defensa de los tan anatemizados jóvenes), sentada en primera fila en el concierto de Philip Glass, haya jugado (ambos y simultáneamente) con su celular durante toda la extensión del mismo? No es que la música me pareciera fascinante, como consta en la crítica que se publicó en Página/12, pero la actitud de la pareja celularófila la hizo aún más exasperante. Mis últimas observaciones del día, dado que ayer fui a ver Eraritjaritjaka, de Heiner Goebbels, que se presenta (también hoy, y vale la pena) en el Teatro San Martín y como parte del FIBA, tienen que ver con el público de teatro (que era, en este caso, mayoritario). Y es que el público de teatro, como el de danza contemporánea, tiene una particularidad: para demostrar que comprende el código, que pesca alguna alusión, que se ha metido en la obra, se ríe. No es una sonrisita ni exactamente una carcajada como la que podría escucharse en un cine durante la proyección de una película cómica. Se trata de una suerte de explosión: una especie de vómito carcajante. Y además estentóreo. Y, nuevamente, una pregunta: ¿por qué?

jueves, 29 de septiembre de 2011

Canciones






En los últimos programas de La discoteca de Alejandría, venía dedicando un bloque a canciones que viajaron de unas tradiciones a otras: "Lord Randall" (o Rendall), "The Three Ravens" (o "There were three ravens"). A partir de algunas versiones que conocía de "Barbara Allen" (Andreas Scholl, Ellen Hargis, Joan Baez, Art Garfunkel, Ewan MacColl) me puese a buscar otras, pensando en el programa del domingo próximo, y, entre ellas, encontré la para mí desconocida (hasta hace apenas un momento) de Bob Dylan, grabada en vivo a fines de 1962. Aquí, en un enlace de ignota prosapia, puede ser escuchada. También, para curiosos, en esta secuencia de la película A Love Song for Bobby Long aparece cantada por John Travolta.; aquí, por la gran Jo Stafford, aquí por los Everly Brothers y aquí por Simon & Garfunkel.

jueves, 15 de septiembre de 2011

La herida












Y el día de la gran herida narcisista llegará. El 25 de octubre, el sello ECM publicará un nuevo álbum doble de Keith Jarrett: la grabación de uno de los conciertos de su gira latinoamericana del año pasado, que lo trajo al Teatro Colón. Y el disco se llamará Rio. Escribe Jarrett, como para rubricar la afrenta, que lo considera una de sus mejores obras y agrega: "bellamente estructurado, jazzy, serio, dulce, suelto, cálido, económico, energético, pasional y conectado con la cultura brasileña de un modo único. El sonido de la sala era excelente y además hubo una audiencia entusiasta" (el resaltado es mío). Y qué. Lo del Colón a nosotros tampoco nos gustó.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Steve Reich y el Kronos Quartet












Aquí puede escucharse WTC 11/9, la obra comisionada por el Kronos Quartet a Steve Reich para conmemorar, diez años después, el ataque terrorista que destruyó las Torres Gemelas.

martes, 6 de septiembre de 2011

Posdata













"Definición del periodismo de rock: Gente que no puede escribir haciendo entrevistas a gente que no puede pensar con el fin de preparar artículos para gente que no puede leer."
Frank Zappa

Pensar sobre escribir sobre bailar sobre arquitectura









Alguien me pregunta para qué sirven los libros sobre música, si la música es para escucharla. Sin tantas vueltas. La primera respuesta que se me ocurre es que, con toda claridad, no sirven para aquellos a los que no les gusta leer sobre música. La segunda es que no sirven para nada, en el sentido en que tampoco sirve la tercera sinfonía de Beethoven o, incluso, la electricidad. Es decir, nadie duda de la emoción que produce la obra de Beethoven una vez compuesta ni de la utilidad de la electricidad una vez que ha sido descubierta (y sus formas de aprovechamiento inventadas) pero mal podría haber una humanidad infeliz por carecer de las obras no creadas o por no tener energía eléctrica cuando ésta no existía. Nadie se siente insatisfecho por la falta del introcronocuantificador termoatómico multidimensional hasta que el aparatito, si es que eso resultara siendo, aparece en el universo. Nadie salvo, tal vez, los creadores. Para Edison sí había una necesidad de la energía eléctrica aunque uno podría suponer que su invención se debió más a la necesidad de aquietar su espíritu que a la de proveer al bien común –me apresuro ante las críticas posibles a esta formulación diciendo que pensar en el bien común también puede aquietar el espíritu de algunos–. Entonces, los libros sobre música sirven –menos que la electricidad o la tercera sinfonía de Beethoven, desde luego– para aquietar el espíritu de quienes los escriben. Y, si tal cosa es posible, también para dar placer –y para ayudar a formularse nuevas preguntas, más que para obtener respuestas– a aquellos a los que les gusta leer sobre lo que los apasiona o, por lo menos, los interesa o inquieta.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Diez años después











Hace diez años había una revista de música llamada Clásica. No volvió a haberla, aunque su estilo y su idea se continuaron, de alguna manera, en otros proyectos: éste, tal vez, digitalizado pero con algo de aquel; la revista del Teatro Colón, mientras la dirigió Gustavo Fernández Walker –que era uno de los factótum de Clásica–, y la del Argentino de La Plata –51 9 10, que Gustavo edita en la actualidad–. Allí escribíamos, además de Gustavo y yo, Pablo Gianera, Jorge Fondebrider, Abel Gilbert, Beatriz Sarlo, Federico Monjeau, Marcos Mayer, Martín Liut, Fabián Lebenglik y otros colaboradores más ocasionales. El atentado del 11 de septiembre sorprendió a la revista casi en sus estertores, gracias a la entonces nueva obligatoriedad del IVA impuesta a esa clase de publicaciones, decidida por el ministro Cavallo. Y el comentario de Clásica fue íntimo: Anne Dutoit, periodista residente en Nueva York e hija de Martha Argerich y Charles Dutoit, contaba una escena familiar: su impresión del atentado, a pocas cuadras de donde estaba, mezclada con los llamados de sus padres que, desde distintas partes del mundo querían saber qué pasaba y cómo estaba.
La década transcurrida desde que dos de los aviones secuestrados fueron estrellados contra las Torres Gemelas conlleva también otras conmemoraciones. El sello Nonesuch anuncia para el próximo 20 se septiembre la publicación del disco que contiene WTC 9/11, la obra que el Kronos Quartet encomendó a Steve Reich. WTC 9/11 está escrita para tres cuartetos de cuerdas y voces pregrabadas y el CD se completa con Mallet Quartet (interpretado por el grupo S Percussion) y Dance Patterns, tocada por el Reich Ensemble. La edición incluye un DVD con la interpretación en vivo de Mallet Quartet.