Existen muchas maneras de hacer política cultural. El proyecto del sello británico Chandos, en combinación con el gobierno escocés y la Royal Scottish National Orchestra es una de ellas. Todos los nacidos en ese país entre el 15 de octubre de este año y el 14 de octubre del próximo, recibirán un disco grabado por esa orquesta, con canciones infantiles tradicionales (
nursery rhymes) y una selección de hits de la música clásica. El disco se llama
Astar, la palabra gaélica para travesía, y los padres de los recién nacidos son invitados, además, a participar de talleres de apreciación musical, para niños y para adultos, y de los distintos programas de actividades de la orquesta. Y es que existen, en rigor, dos opciones. O los estados consideran que la música de tradición académica tiene algo para decir, que es un patrimonio de cuya conservación son responsables y por eso sostienen teatros y orquestas, o no lo creen. En el primer caso, corresponde que conciban sus acciones como parte de una política cultural (la del gobierno escocés, por ejemplo). En el segundo, sería mejor que blanquearan sus intenciones, para que la discusión fuera posible. Lo que no es (o no debería ser) sostenible es la apariencia de lo primero con la estrategia (o su falta) de lo segundo.