Leo que Amazon ha vendido más libros virtuales que en papel. Sospecho que si existiera la vieja librería de Fiorentino, donde Enzo me dijo, hace ya tantos años, que, si me había gustado
El cazador oculto -que aún no había cambiado su nombre por
El guardián en el centeno- me llevara
El barón rampante, allí venderían más libros de papel. Podrá decirse que, justamente, porque no se venden libros es que la librería de Enzo no existe más. Y es posible que así sea pero, creo, si hubiera verdaderas librerías, con verdaderos libreros, las cosas podrían ser un poco distintas. Tampoco se venden discos, al fin y al cabo, o por lo menos eso es lo que se dice, y sin embargo Guillermo, en Minton's, bajando la escalera de la galería Apolo -su reducto/club/refugio/remedio para melancólicos- vende discos. Es decir, hay unos cuantos a los que todavía nos gusta comprar discos pero, claro, no hay muchos que sean capaces de vendérnoslos: de tener cosas que puedan interesarnos y de hacernos interesar por cosas que no conocíamos o cuyo valor no sospechábamos. Y, entre tanto vacío del que la industria le echa la culpa a vaya a saber qué otro, hay sellos que aún se empeñan en hacer discos que queramos comprar. El sello francés Harmonia Mundi, un emprendimiento originariamente pequeño que terminó desplazando a los otrora grandes monstruos (Deutsche Grammophon, EMI, Decca, Philips), es un ejemplo. Distribuido localmente por Zival's, tiene un catálogo raramente homogéneo. Entre las novedades, un disco doble dedicado a música de Erik Satie es un buen ejemplo de lo que puede hacerse para que un disco siga siendo superior a (e irremplazable por) una bajada en MP3. El disco, un álbum doble bautizado, como una de las piezas para piano de Satie,
Avant dernières pensées (Antes de los últimos pensamientos
o, tal vez, anteúltimos pensamientos), está presentado maravillosamente y presenta un programa imaginativo e interesante, a cargo del notable pianista Alexandre Tharaud, con un primer Cd dedicado a solos y el segundo a dúos. En el primero brillan las
Gnossièmes, los
Preludios fláccidos y la pieza que le da título al álbum, tocadas con sonido cristalino y fraseo exacto, con precisión, sin excesos y, al mismo tiempo, con una clase de expresividad casi subterránea, melancólica, nunca declamada pero siempre presente; en el segundo las hermosas canciones de cabaret que interpreta Juliette -una voz y un estilo mucho más adecuados que los de Jessie Norman, que las había grabado hace tiempo-,
La bella excéntrica, en dúo de pianos con Eric Le Sage y las
Piezas vistas a derecha e izquierda, con la violinista Isabelle Faust. La música es magnífica. Y, además, es un objeto deseable.