sábado, 28 de mayo de 2011

Bien(..)ido




El actual jefe de gobierno de Buenos Aires ha entendido mal, entre otras cosas, el papel del Estado en general y el suyo en particular. Ya el acto del 25 de mayo, que C5N transmitía en directo, con la candidata a vicejefa de gobierno y el rabino Bergman junto a él como si se tratara de algún funcionario, mostraba una cierta confusión. Y los carteles que rezan "vos sos bienvenid@" incurren en un error tal vez peor. ¿Cómo puede el intendente dar la bienvenida a los ciudadanos? ¿La bienvenida adónde? ¿No será al revés? ¿No seremos nosotros los que debemos dar o no la bienvenida a un gobernante -es decir a un representante-? En todo caso, tampoco podríamos dar la bienvenida a alguien que hace tiempo que ha venido y que podría estar ya por irse. A lo sumo una "malpermanecida" u, ojalá, una "bienida".

sábado, 21 de mayo de 2011

Objetos







Leo que Amazon ha vendido más libros virtuales que en papel. Sospecho que si existiera la vieja librería de Fiorentino, donde Enzo me dijo, hace ya tantos años, que, si me había gustado El cazador oculto -que aún no había cambiado su nombre por El guardián en el centeno- me llevara El barón rampante, allí venderían más libros de papel. Podrá decirse que, justamente, porque no se venden libros es que la librería de Enzo no existe más. Y es posible que así sea pero, creo, si hubiera verdaderas librerías, con verdaderos libreros, las cosas podrían ser un poco distintas. Tampoco se venden discos, al fin y al cabo, o por lo menos eso es lo que se dice, y sin embargo Guillermo, en Minton's, bajando la escalera de la galería Apolo -su reducto/club/refugio/remedio para melancólicos- vende discos. Es decir, hay unos cuantos a los que todavía nos gusta comprar discos pero, claro, no hay muchos que sean capaces de vendérnoslos: de tener cosas que puedan interesarnos y de hacernos interesar por cosas que no conocíamos o cuyo valor no sospechábamos. Y, entre tanto vacío del que la industria le echa la culpa a vaya a saber qué otro, hay sellos que aún se empeñan en hacer discos que queramos comprar. El sello francés Harmonia Mundi, un emprendimiento originariamente pequeño que terminó desplazando a los otrora grandes monstruos (Deutsche Grammophon, EMI, Decca, Philips), es un ejemplo. Distribuido localmente por Zival's, tiene un catálogo raramente homogéneo. Entre las novedades, un disco doble dedicado a música de Erik Satie es un buen ejemplo de lo que puede hacerse para que un disco siga siendo superior a (e irremplazable por) una bajada en MP3. El disco, un álbum doble bautizado, como una de las piezas para piano de Satie, Avant dernières pensées (Antes de los últimos pensamientos o, tal vez,  anteúltimos pensamientos), está presentado maravillosamente y presenta un programa imaginativo e interesante, a cargo del notable pianista Alexandre Tharaud, con un primer Cd dedicado a solos y el segundo a dúos. En el primero brillan las Gnossièmes, los Preludios fláccidos y la pieza que le da título al álbum, tocadas con sonido cristalino y fraseo exacto, con precisión, sin excesos y, al mismo tiempo, con una clase de expresividad casi subterránea, melancólica, nunca declamada pero siempre presente; en el segundo las hermosas canciones de cabaret que interpreta Juliette -una voz y un estilo mucho más adecuados que los de Jessie Norman, que las había grabado hace tiempo-, La bella excéntrica, en dúo de pianos con Eric Le Sage y las Piezas vistas a derecha e izquierda, con la violinista Isabelle Faust. La música es magnífica. Y, además, es un objeto deseable.

viernes, 20 de mayo de 2011

Pregunta












Si se presenta en vivo un disco grabado en vivo, las versiones de los temas ¿serán de estudio? ¿O serán aún más en vivo que antes?
Aparte, claro está, recomiendo calurosamente disco –hermosa versión de "Laura va", entre muchas otras cosas– y presentación.

domingo, 15 de mayo de 2011

Jíbaro qua, jíbaro la











Se anunció como si fuera una buena noticia. El Colón presentará un engendro, pergeñado en Alemania: la versión reducida (tampoco suficientemente reducida, si lo que se quería era algo realmente corto) de El anillo del nibelungo, la tetralogía de Richard Wagner. Pablo Gianera lo comentó en su blog y aquí y allá se pusieron diversos gritos en el cielo. La prueba de legitimidad de la nueva reducción (o "versión Buenos Aires", para parafrasear a quienes hace poco volvieron a componer una ópera que ya estaba compuesta, de manera distinta, por György Ligeti) es la firma en el proyecto de la actual directora del Festival de Bayreuth, Katherina Wagner, bisnieta del compositor. Si es una cuestión de derechos legales y autorizaciones, nada diré al respecto. Pero, ¿desde cuando el parentesco autoriza las mutilaciones de obras artísticas? ¿Es que acaso el nieto de James Joyce podría autorizar una versión del Ulises, contada en tercera persona –eso sí, sin signos de puntuación– y reducida a algo así como "Un hombre recorre una ciudad durante un día"? ¿El tataranieto del chozno de Miguel Angel podría decidir borrar a Dios en la Capilla Sixtina, para dar un sentido más democrático al fresco? Es decir, ¿puede alguien hacer un daño al patrimonio de la humanidad sólo por ser pariente?  Y si los nietos, bismietos y demás descendientes de personajes como César Vallejo, John Coltrane o Henri Matisse fueran ignorantes que odiaran el arte en general y el de sus ancestros en particular y autorizaran los daños más espantosos a sus obras, ¿significaría algo, desde algún otro punto de vista que no fuera el legal? ¿No chocaría una norma más pequeña, la que rige los derechos de los herederos, con otra más general, la que protege el patrimonio de la humanidad? Al fin y al cabo, se vuelve a una cuestión ya comentada en alguna oportunidad. Nadie tiene dudas de que es un delito rajar a cuchilladas un cuadro (aunque lo haga la bisnieta del pintor). Pero con la música, por su propia naturaleza (¿cuál es el equivalente sonoro de un martillazo en la rodilla del David?) la cuestión es mucho más confusa y, además, no está legislada en absoluto.
En Wagner, la duración no es una consecuencia indeseada; es una política. Una decisión estética. Es más, en sus obras hasta es imposible la extracción de arias para ser incluidas en un recital. Salvo alguno de los preludios de sus óperas y la "Muerte de amor de Isolda", que Franz Liszt reescribió para piano, la obra de Wagner es absolutamente resistente a cualquier fragmentación. La Tetralogía es la que escribió Wagner. No es su tema. No son algunos de sus pasajes musicales. Es la totalidad. Es un universo construido por un megalómano cuya megalomanía definió su estilo. Puede no gustar. Puede parecer redundante (en efecto, a la manera de los folletines, cada una de sus partes resume lo anterior, lo que era necesario en una época en que casi todos eran estrenos y las obras no eran conocidas de memoria por mucho de su público). Puede ser imposible de montar para algunos teatros –también es imposible, para algunas personas, viajar a París, por ejemplo– pero una reducción a una versión de siete horas no sólo no es deseable, no sólo traiciona la obra (no sé si tendré bisnietos pero jamás querría una como Katherina) sino que tampoco soluciona aquello que ciertos empresarios del espectáculo ven como problemático. O es que alguien cree que una versión de siete horas será divertida y llevadera para quienes se aburren con Wagner. Ante negocios como éste debería recordarse, en todo caso, que el Colón es un teatro estatal, mantenido por los contribuyentes de Buenos Aires, y lo que le da sentido a ese sostén comunitario es, entre otras cosas, la defensa de un patrimonio universal. Si el Colón fuera otra cosa, si sólo se tratara de una sala de espectáculos regida por la lógica de los negocios, no habría ningún motivo para que fuera la ciudad en su conjunto la que lo mantuviera.

sábado, 14 de mayo de 2011

Alrededor del atardecer







Ayer volví bastante temprano a casa. Salí al balcón para cortar perejil, romero y tomillo y poner a macerar un pedazo de carne (Adrián I., que acaba de sacar un excelente nuevo disco, me insiste en que incluya recetas en este blog, deslumbrado por alguna que otra que intenté enseñarle, sin el menor éxito). Después puse un disco. Estaba solo y aproveché para ponerlo a un volumen excluyente. No tan fuerte como para lastimar los tímpanos pero si lo bastante como para se convirtiera en una molestia si uno quisiera hacer cualquier otra cosa que escuchar. Apagué las luces y moví mi sillón para ponerlo exactamente en el vértice de un triángulo imaginario cuyas otras puntas eran los dos parlantes. Puse un disco querido, conocido. Un disco que no me obligara a nada. Y sentí una clase de placer que tenía casi olvidada. El disco era (es) Art Pepper + Eleven. Más allá de la construcción (impecable. exquisita) de los solos, de la armonía, del ajuste, me fue imposible no dejarme llevar por la energía, por el empuje hacia adelante, por la excitación, por esa sensación de urgencia y convicción y, al mismo tiempo, por la absoluta relajación de quienes tocaban. Eso que, al fin y al cabo, hace que el jazz sea lo que es. En particular me arrastró consigo la batería de Mel Lewis. Y, a pesar de la cantidad de veces que la he escuchado, volvió a llenarme de placer la versión de "'Round Midnight".