Un
reportaje publicado el 7 de marzo en el New York Times agrega algún nuevo dato a la supuesta polémica alrededor del compositor Osvaldo Golijov y su (s) supuesto (s) plagio (s). Ya el 21 de febrero, Alex Ross, el autor de
The Rest is Noise, había publicado en
The New Yorker un artículo sobre el tema, y Federico Monjeau, en
Clarín, se refirió a la cuestión. Como suele suceder últimamente, el detonante fue una nota en
un blog: Tom Manoff acusó al autor "estadounidense de origen judío, nacido en la Argentina" (la definición es de la revista inglesa
Gramophone) de plagio, a partir del estreno de la obra
Sidereus, el 16 de febrero, en donde se incluyen partes de una pieza llamada
Barbeich y perteneciente al acordeonista y compositor Michael Ward Bergeman, amigo de Golijov y con quien éste había trabajado en la música para la película
Tetro, dirigida por Francis Ford Coppola. Poco después, como relata Monjeau, una periodista brasileña, Lucia Guimaraes, se hizo eco de la acusación encontrando además parecidos entre una pieza de un autor carioca y el movimiento lento de un cuarteto de cuerdas de Golijov, que, por otra parte, dijo una y otra vez que sus procedimientos no eran ocultos, que esa es su manera de trabajar y, por añadidura, fue defendido por sus supuestas víctimas que aseguraron consentir estas apropiaciones. Mientras tanto, Manoff retiró de su blog la crítica del estreno de
Sidereus que había originado el entuerto, el tema fue recogido en diversos comentarios en Facebook de Abel Gilbert y compositores como Marcelo Toledo, y una banda de sonido vampírica, la de
El artista –que, entre otras cosas, fagocita la
Danza del Trigo del ballet
Estancia, de Ginastera, en su escena de amor (tal vez un reconocimiento a la nacionalidad de la protagonista)– ganaba el Oscar como "mejor banda de sonido original". No era la primera vez que una música de película basada en piezas preexistentes obtenía ese premio; la anterior había sido cuando, en 2007, se le otorgó el premio a la de
Babel, ensamblada por Gustavo Santaolalla, colaborador habitual de Golijov en sus trabajos con el Kronos Quartet e, incluso, parte de la orquesta que grabó en disco la ópera
Ainadamar. Santaolalla, uno de los productores más respetados en los Estados Unidos, ya había ganado el Oscar el año anterior por su trabajo para
Secreto en la montaña pero es en
Babel donde se acerca a esa idea de lo que es la composición que se opone al imaginario romántico de la creación alimentada (y forzada) por una llama interior, que indigna a algunos y que Hollywood –entre otros– evidentemente premia como "creación original". Ni en la música de esa película, ni en la de
El Artista, hay verdadera creación, tal como se la puede entender a partir del paradigma cristalizado por Beethoven y continuado incluso por quienes más se opusieron a la figura del compositor demiurgo durante el siglo XX, como John Cage, inmensamente
personal y
artístico en la desmesura de sus negaciones a lo
personal y lo
artístico. En un sentido, podría pensarse un cierto recorrido desde el collage de la
Sinfonía de Berio, de 1968 (una época que entronizó al collage) o de la cita en Gandini (para poner un ejemplo caro al pequeño mundo de la composición en la Argentina) a la
Pasión según San Marcos de Golijov, que el próximo miércoles abrirá la temporada de ópera del Teatro Colón. Que sea la primera vez en que la inauguración del abono lírico de este teatro tenga como objeto la obra de un nacido en la Argentina aun cuando, como en este caso, se trate de algo que no es una ópera, es un dato a tener en cuenta. Es posible que Golijov no juegue en la misma liga (ni quiera hacerlo) que los
compositores contemporáneos, aquellos para los que la yuxtaposición, el trabajo con
objetos encontrados, la cita textual y casi sin mediación, la superposición de materiales heterogéneos y los procedimientos
a la manera de, jamás podrían ser considerados "creación original". Asume las discutibles desventajas (no ser reconocido como parte de ese parnaso) y los innegables beneficios.