El pintor Nicholas Roerich fue el diseñador de la escenografía y vestuario de
La consagración de la primavera y, según parece, más que el "sueño pagano" al que alguna vez se refirió Stravinsky, fueron los bocetos de este experto en el medioevo ruso, los que funcionaron como verdadera inspiración. Resulta obvia la mención a la obras del artista y arquitecto Viktor Hartmann, a quien Modest Mussorgsky recuerda en sus
Cuadros de una exposición (el subtítulo en la portada original es
Воспоминание о Викторе Гартмане –Vospominániye o Viktore Gártmane–, o sea "recuerdos de Viktor Hartmann"). Pero hay un tercer caso ruso, que involcra a una de las composiciones más bellas de comienzos del siglo XX: el poema sinfónico
Isla de la muerte, que Sergei Rachmaninov escribió en el invierno de 1908 en Dresde, la ciudad que tomaba como centro de operaciones para sus giras europeas como pianista. La obra es un ejemplo notable de wagnerianismo tardío (o
richardstraussismo temprano) leído desde Rusia y la tradición del Tchaikovsky más oscuro. Y pocos recursos dramático musicales podrían resultar más efectivos (o por lo menos más seductores) que la simultaneidad de un pie rítmico de cinco tiempos, que simbolizaría la respiración, con las citas del
Dies Irae gregoriano. En el origen de la obra hay asimismo un cuadro, también titulado
Isla de la muerte y creado por el simbolista suizo Arnold Böcklin, nacido en 1827 y muerto en 1901. Algunos aseguran que el músico vio el cuadro en una exposición en París. La verdad es que lo que Rachmaninov vio fue la fotografía en blanco y negro que le mostró su amigo Nikolai Struve, quien además se la sugirió como tema a tener en cuenta. Lo interesante es que
Isla de la muerte no es un cuadro sino muchos, y nadie sabe exactamente cuál es el que vio Rachmaninov. Böcklin pintó cinco versiones diferentes y las reproducciones de unas u otras llegaron a ser popularísimas en Europa central, incluso en fotografías en blanco y negro como la que Struve le mostró al compositor. Vladimir Nabokov observó en la novela
Desesperación, de 1936, que "había una en cada hogar de Berlín". Por lo pronto, tanto Sigmund Freud como Vladimir Lenin tenían reproducciones pegadas en las paredes de sus estudios. Y Böcklin fue, además, el pintor preferido de su frustrado colega Adolf Hitler.