Steven Wilson es un guitarrista, tecladista y compositor ligado a lo que, todavía, es llamado prog-rock. Una clase de canciones expandidas, con cierto desarrollo instrumental y una cuota de ambición, en su forma, en la temática de sus letras, que excede lo que el pop le ha deparado en los últimos años a aquel género que hace unos cuarenta años se apropió del universo musical y de la idea de modernidad en el arte. Era una idea, de todas maneras, que en muchos casos, tenía mucho de arcaico. Y de explícitamente renacentista. Tanto en su vuelta a fuentes antiguas (lo clásico, o lo clásico imaginario, en lo musical; las leyendas, mitologías, épicas lejanas y ucronías en las letras y en los aspectos visuales) como en su pretensión de abarcarlo todo. Steve Wilson lidera el grupo Porcupine Tree y además tiene tres discos solistas, el último,
The Raven that Refused To Sing (
aquí el video con la canción que le da título y que cierra el disco), producido por Alan Parsons –el legendario ingeniero de sonido de
The Dark Side of the Moon– editado hace un par de meses en Europa y distribuido en la Argentina por Icarusmusic. Y ayer, un poco en secreto (aunque no para sus fans, desde ya), sin cobertura de diarios y casi sin que se publicara la noticia, actuó en el Teatro Vorterix. No se trata, desde ya, de música nueva, en un sentido estricto, sino más bien de una continuación, un perfeccionamiento (tal vez manierista) y una versión extremada de aquello que Yes, Pink Floyd y King Crimson diseñaron hace unas cuatro décadas. Wilson, que fue el productor de la reedición digitalizada de la discografía de King Crimson, llegó con una banda impecable (Nick Beggs, Adam Holzman, Chad Wackerman (baterista de Frank Zappa entre otros) y Guthrie Govan (que fue guitarrista de Asia), que toca, en rigor, mucho mejor que loque podían tocar sus admiradas fuentes y cuenta con una tecnología inimaginable en los setenta. No es la revolución. Pero es como el regreso (ahora en HD) a un lugar amado.
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