El discurso amoroso está poblado de oxímoron. O, digamos, de sensaciones que sólo pueden ser expresados por esas contradicciones que tan caras le resultaban al príncipe Carlo Gesualdo. Dolorosa alegría, por ejemplo. El discurso estético, incluso el más íntimo, también necesita de ellas. Aquí, un ejemplo
de dolorosa alegría. O, si se prefiere, de exaltada y gozosa tristeza.
Adagio de la Sinfonía No 2 de Sergei Rachmaninov.
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