Steve Lacy
Quizá ya no haya un jazz sino muchos jazz
posibles. Un mundo en el que caben desde las experiencias de Anthony Braxton y
de John Zorn hasta el
neo a-gogó de Medeski, Martin & Wood, Piazzolla
(tocado por él o por sus herederos), Dino Saluzzi o el acordeonista francés
Richard Galliano. En las últimas décadas –y tal vez desde mucho antes– el jazz,
más que un lenguaje preciso, fue una especie de continente en el que cabía casi cualquier música
que incluyera la improvisación (o el espíritu de la improvisación, aunque se
tratara de música escrita) y alguna referencia, a veces muy lejana, a estructuras formales o partículas rítmicas o melódicas de origen afroamericano.
En 1998, la revista francesa
Jazz Magazine, había publicado
una encuesta entre músicos populares de distintos géneros, aunque asociados con el jazz. La asociación, como en el caso del acordeonista argentino Raúl Barboza
–una estrella en Francia–, era bastante vaga. No obstante, las respuestas a la
pregunta “¿Se reconoce en el jazz?”, dadas en ese momento –algunos de los músicos
consultados ya han muerto–, sirven, todavía, para evaluar el nivel de
protagonismo adquirido por esta música en el imaginario de la música popular
actual.
Los músicos del género, obviamente, eran,
como puede esperarse, mucho más lineales. El saxofonista Steve Lacy, por
ejemplo, decía, como si se prometiera en matrimonio: “Sí, con todo mi corazón y
para toda la vida”. El trompetista Lester Bowie, más politizado, explicaba: “En
el origen, el jazz fue la gran música creada por los afroamericanos de los
Estados Unidos. Nosotros (los negros, claro) nos referimos al jazz como una
Gran Música Negra. Pero en la actualidad, se ha convertido en la
Gran Música
del Mundo o, a secas,
La Gran Música”.
Entre las respuestas cabía el humor de John
Zorn (“Me reconozco sólo en la primera y la última letra: JZ”) o la aventura
genealogista del notable compositor, creador (y ex baterista de Soft Machine)
Robert Wyatt: “Me siento el hijo ilegítimo de la cantante de jazz Betty Carter
y el compositor comunista Hans Eisler, nacido de un breve encuentro en un motel
de la Highway 61, y luego abandonado en el Orfanato del Rock’n Roll”. El clarinetista y saxofonista Michel Portal, un importante músico de jazz y, también, con una larga trayectoria como músico clásico que, además, suele tocar el bandoneón, aseguraba: “No me reconozco como
jazzman pero el jazz me ha dado la libertad de expresión en la música. Yo bailo con el jazz y yo amo bailar”.
La respuesta de Barboza era la siguiente: “El jazz es una música que posee
libertad de espíritu. Me gustaría tocar con cualquier músico dentro de ese
espíritu de libertad sin fronteras. Lo que yo hago no es jazz y, al mismo
tiempo, está dentro del universo del jazz. Están las improvisaciones, las
síncopas y el misterio”.
En tanto, el experimentalista –por
llamarlo de alguna manera– Fred Frith prefería preguntar, a su vez: “¿El jazz
se puede reconocer en mí? Esta música es sujeto casi permanente de polémicas,
de definiciones y contradefiniciones, de miniguerras, al punto de que algunos
demandan que los músicos como yo seamos invitados a los festivales de jazz. Yo
pienso al jazz como Henri Cartier-Bresson a la fotografía: una manera de
gritar, de liberarse. Allí sí me reconozco”.
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