Uno de los presupuestos es que todo puede decirse. Que siempre son posibles descripciones más o menos objetivas, o que por lo menos recurran a una metafórica más o menos convencional en una cultura dada. Si tal cosa no sucede, no se puede hablar de música. Es decir: puede hablarse de fraseo, de afinación, de color (y ahí ya se entra en un territorio un poco menos seguro), de respiración, de manejo del tiempo, de intensidades. Y pueden utilizarse imágenes como "aterciopelado", u "oscuro", que, si bien no tienen un significado demasiado preciso, son claras dentro de un determinado contexto. Pero hay hechos sonoros irreductibles. Que se resisten. Y, me parece, siempre tienen que ver con la voz humana. Y con una clase de reacción física que sólo las voces humanas producen (pueden producir) en quien escucha. Oía ayer, en la noche, una obra amada, las
Cuatro últimas canciones de Richard Strauss. Ya se sabe, no fueron concebidas como ciclo –el nombre y el ordenamiento ("Primavera", "Septiembre", "Al irme a dormir" y "En el ocaso") fueron decididos por el editor Ernst Roth–, tres de las canciones tienen texto de Hermann Hesse y la cuarta de ellas fue en realidad la primera en ser compuesta y la única que recurre a un poema de Joseph von Eichendorff, y fueron escritas por Strauss en 1948, cuanto tenía 84 años. Su lenguaje, un romanticismo extremo, ligado al último Wagner, es ya impensable en una época atravesada por
La consagración de la primavera, la atonalidad, el futurismo y la música concreta. Y esas canciones quedan como una especie de objeto fuera del tiempo –de cualquier tiempo–. Hay muchas grandes versiones. Kirsten Flagstad con dirección de Wilhelm Furtwängler en 1950 (fueron quienes las estrenaron), Elisabeth Schwarzkopf con George Szell, en 1965 (ya las había grabado con Otto Ackerman en 1953), Gundula Janowitz junto a Von Karajan, en 1973, y Jessie Norman con Kurt Masur, en 1982, aparecen como las referencias obligadas. Y, más cerca, Renée Fleming con Christoph von Eschenbach (1992), Karita Mattila con Claudio Abbado (perfectos pero demasiado descafeinados, para mi gusto) y Soile Isokoski con Marek Janowski (una de las mejores, sin duda), enriquecen la lista en que, desde ya, hay otros nombres (Lisa della Casa, Lucia Popp y Kiri Te Kanawa entre los más importantes). Estas versiones se dividen en dos grandes grupos, que, en rigor, convierten a estas canciones en obras de naturaleza absolutamente distinta entre sí pero, en ambos casos, extraordinarias: las de las sopranos líricas y las de las dramáticas. La que escuchaba ayer, y provocó esa famosa reacción física indescriptible (ganas de reírse, una especie de extraños espasmos, gestos absurdos realizados con una mano en el aire, a solas) ante fenómenos sonoros igualmente indescriptibles –una voz que parecía de pronto despegarse de sí misma, que se espesaba en el aire, que contenía más dimensiones que las conocidas-- pertenecía a un disco que se editó en la Argentina, en la época en que Sony todavía funcionaba como un sello discográfico, y que pasó virtualmente desapercibido. Ignoro si ese Cd se encuentra todavía en alguna disquería local pero merecería ser buscado. Allí la orquesta es la Staatskapelle de Dresden, el director es Fabio Luisi (excelente) y la obra que lo abre es la
Sinfonía Alpina (versión notable). La grabación es de mayo de 2007 y la cantante es la soprano Anja Harteros (la misma que participa en la deslumbrante interpretación del
Requiem de Verdi dirigida por Antonio Pappano, que también fue en algún momento editada en este país). Hecha la aclaración de que el sonido de
Youtube está a distancias siderales de hacerle justicia,
aquí hay una versión suya de "Septiembre", con dirección de Mariss Jansons y la Orquesta de la Radiodifusión de Baviera, que puede servir como aproximación. Decir que la de ella con Luisi es la mejor versión existente de estas canciones postreras, sería, tal vez, un exceso. Y muy difícil de comprobar, por otra parte. Sólo diré que, una vez acabadas, volví a escucharlas de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario