martes, 16 de abril de 2013

Gandini vs. Müller

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En enero de 1991, Revista Clásica, entonces dirigida por Jorge Aráoz Badí, pidió  a Gerardo Gandini –presentándolo como “el movilizador más trascendente que puede exhibir la música contemporánea nacional”– su opinión sobre Aaron Copland, a raíz de la muerte del compositor norteamericano. El texto es una especie de obra maestra en un nuevo género, el obituario en contra. En el número siguiente, el crítico Martín Müller le contestó con cierta indignación y sin haber entendido demasiado los chistes del caso. Y en el que siguó, el compositor lo retó a duelo. Aquí transcribo aquellas tres notas.



Aaron Copland
GERARDO GANDINI
            No es un gran compositor. No es Ives, no es Cage, no es Gershwin. Es un compositor menor, una especie de D’Indy disecado y enflaquecido con aspecto de pastor luterano con negocios en el Once.

            En su momento fue un académico, un académico poderoso, del círculo pre-gay vergonzante; no el de Capote o Warhol, sino el de Schuman [William], Barber y Virgil Thompson, todos alumnos de la mítica [en ambos sentidos] Nadia Boulanger, la panadera que más hizo por las academias postravinskianas (cuando ya el gran Igor estaba en otra cosa), predicando la claridad lineal, el diatonismo, la objetividad en otras palabras, la falta de complicación, el rechazo de todo lo que viniera de Viena, la desconfianza en la pasión.

            Fue un compositor exitoso, sus obras se tocaron, se editaron, se grabaron; fue un hombre poderoso, decidió el destino de mucha gente, manejó cargos importantes, tuvo poder de decisión en universidades, Grants and Scholarships.

            Su obra más prestigiosa en ciertos círculos “intelectuales” son sus Variaciones para piano. El machaqueo de un reducido grupo de notas es muy apreciado por estos habitués consecuentes de la Lincoln Library.

            Personalmente prefiero sus piezas turísticas: Salón México (by 5 dollars at day), Danzón Cubano (before Castro, of course); Billy the Kid y sobre todo Appalachian Spring. También Quiet City (aunque el gran Charles Ives había escrito muchos años antes The Unanswered Question) y la música para teatro, y en otro plano, las canciones con textos de Emily Dickinson.

            El éxito de Copland en un país que produjo compositores como Ives, Ruggles, Cage, Nancarrow, Feldman... o Gershwin, Cole Porter o Ellington; y en el que vivieron Varèse, Schönberg, Bartók y Stravinsky no es fácilmente explicable. Tampoco lo son el asesinato de Kennedy ni la presidencia de Reagan.







Una opinión contundente sobre Aaron Copland: Respuesta a Gerardo Gandini

MARTÍN MÜLLER



  En el número anterior de Clásica, Gerardo Gandini opina que Copland no es un gran compositor. Su opinión interesa porque proviene de un compositor, si no del más “trascendente” por lo menos de un importante “movilizador” de la música contemporánea nacional. Menos interesante es su lógica para probar por qué Copland no es un gran compositor.

   “No es Ives, no es Cage, no es Gershwin”, afirma. Pero esta argumentación es precaria y hasta puede ser injusta. Por ejemplo: “Gandini no es un gran compositor, porque no es Ginastera, no es Kagel, no es Davidovsky, no es Roque Alsina, no es”... etc. Luego, para probar que es un compositor menor, acude a un título de Satie para compararlo no a un embrión, sino a un D’Indy “disecado”. Por su viñeta descriptiva, debe ser también muy feo: “enflaquecido con aspecto de pastor luterano con negocios en el Once”. Según la connotación de este barrio porteño, Copland para peor también es judío. En efecto, su apellido original era Kaplan.

Aborda luego un rápido examen de la vida sexual del músico. Lo sitúa en el “académico poderoso círculo pre-gay vergonzante como William Schumann, Samuel Barber y Virgil Thomson”, acusándolos de no ser homosexuales asumidos como Capote y Warhol. Además, debe haber sido malo, porque “fue un hombre poderoso, decidió el destino de mucha gente, manejó cargos importantes, tuvo poder de decisión en universidades...”, etc.

  ¿Qué lo enoja tanto a Gandini? ¿Que Copland hubiera aprendido de Nadia Boulanger el neoclasicismo de Stravinsky, “cuando ya el gran Igor estaba en otra cosa”?

  El epistemólogo Karl Popper, un vienés dos años menor que Copland, se anotó en la Sociedad para Audiciones Privadas, que Schönberg fundó en 1918, donde pudo reflexionar acerca del progresismo en arte, especialmente en música. Trató de indagar sobre la compulsión de avanzar en arte, de adelantarse, de cambiar y no ser alcanzado. Trató de comprender argumentos triunfales como “ya el gran Igor estaba en otra cosa”.

  Sin eufemismos, Popper opina: “La teoría de que el arte avanza con los grandes artistas en la vanguardia no es solamente un mito; ha conducido a la formación de camarillas y grupos de presión. Estos tienen la ambición de escribir música que esté más allá de su tiempo y que preferiblemente no sea entendida demasiado pronto, que choque a tantas personas como sea posible.” (Karl R. Popper: Búsqueda sin término; una autobiografía intelectual, Editorial Tecnos).

  No es éste el caso de Copland, quien inicialmente –como Ginastera– buscó una música vernácula, “que igual que la lengua, no presentase dificultades a mis oyentes”. Escribió obras que Gandini dice preferir, llamándolas despectivamente “turísticas”. Pero Copland dice: “Mientras los turistas sacan sus cámaras fotográficas, el músico quiere saber cómo suena un país”. De esos sonidos provienen El salón México (1936) y Danzón Cubano (1942).

  La veta principal del material estadounidense, la encontró en la tradición sobreviviente del siglo pasado, registrando canciones y bailes de cowboys, himnos y danzas de la secta Shaker, aplicados en sus ballets Billy the Kid (1940), Rodeo (1942) y Appalachian Spring (1944). En esas obras y sobre todo, en su Tercera Sinfonía (1946), Copland comunica la solemnidad solitaria de las vastas praderas y el espíritu ingenuamente religioso de los antiguos pioneros protestantes. Esos materiales vernáculos han llegado al público, con la mala suerte de que se escuchan con placer.





Respuesta a Martín Müller (sobre Aaron Copland)

GERARDO GANDINI



Ante ciertas sugerencias implícitas en el escrito de Martín Müller (publicado en el número 34/Feb. 1991 de Clásica) aclaro:

1) No soy antisemita ni lo quiero ser.

2) No tengo nada en contra de la homosexualidad.

3) No tengo nada en contra de la heterosexualidad.

Por otra parte:

1) No pienso que los sonidos tenidos evoquen necesariamente las vastas praderas americanas y su solemnidad solitaria (sic).

2) No obligatoriamente debo escuchar con placer las mismas músicas que producen esta sensación a Martín Müller.

3) No creo que el término “turístico” sea inevitablemente despectivo.

4) Para saber cómo suena México me basta con escuchar la gran música de don Silvestre Revueltas.

Por lo tanto:

1] Por este único medio reto a duelo al señor Müller.

2] Este consistirá en una prueba que el señor Müller podrá elegir entre las siguientes:

A) Destrezas en piano, violín, quena o triángulo (a elegir).

B) Marcar 5 pulsos con la mano derecha y 3 con la izquierda.

C) Analizar públicamente un Adagio de Mozart.

D) Escribir la crítica del mismo recital (o concierto sinfónico o disco). (El señor Müller puede elegirlo).

3] El jurado constará de 3 miembros, 1 por cada uno de los duelistas y el tercero elegido por votación de los lectores de Clásica. 

4] En caso de ser declarado ganador el señor Müller, yo deberé escuchar ininterrumpidamente durante 12 horas las Piano variations de Mr. Copland.

Si resulto vencedor, el señor Müller deberá escuchar, también ininterrumpidamente, 12 horas de música compuesta por mí.

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