miércoles, 8 de septiembre de 2010

¿Hay vida allí afuera?


Hay numerosos ensayos sobre los comportamientos sociales en los grupos cerrados –militares, iglesias, colegios de internados, cárceles, etc–. Los grupos de fans están menos estudiados y, dentro de ellos, los de la ópera resultan, parece, infinitamente menos interesantes para la musicología y los estudios culturales que los de los grupos tropicales o de rock barrial. Cualquier musicólogo mapuche tendría la certeza, al ver una función de ópera, de que se trata de un ritual. Pero sus colegas metropolitanos sólo ven como "culturas" a las otras y difícilmente se percatan de lo que tienen delante de sus narices. Sociólogos de la música e investigadores afines: no saben lo que se pierden. El diario El Día de La Plata, por ejemplo, publicó el pasado lunes 6 una nota que refleja algo del pensamiento de quienes ven cómo su religión se les escapa de las manos, reformada por recién llegados y "jovencitos" como Harry Kupfer (75), Bob Wilson (69), Hans Neuenfels (69), Andrea Breth (58), Peter Sellars (53), Calixto Bieito (47) o Claus Guth (46). El brulote, que se publicó sin firma, titula: "Propuestas audaces en la ópera abren polémica en el Argentino". La polémica de marras, obviamente, se trata únicamente de la que entabla el solitario autor anónimo del artículo, apoyado por dos o tres cartas de lectores y por la opinión de una autoridad en cuestiones musicales como Nelson Castro. La nota dice que "(L)as últimas puestas líricas del Teatro Argentino, caracterizadas por presentar una propuesta más audaz, han desatado la inquietud en parte del público asistente". Lo de des-atar la in-quietud haría, desde ya, las delicias de un psicoanalista y se iguala a aquella confesión involuntaria del dictador Onganía cuando dijo que debió ir a confesarse después de ver La Consagración de la Primavera, en la versión de Oscar Aráiz estrenada en 1966. El articulista continúa explicando que "(E)n algunos casos, el cuestionamiento hace referencia al 'aggiornamiento' de los régisseurs y, en otros, a la falta de advertencia sobre la inclusión de escenas 'subidas de tono' para narrar el argumento de piezas clásicas que se han representado desde hace siglos en todo el mundo". Hay, en todo caso, un igualamiento (contigüidad del relato, diría nuestro psicoanalista) entre el aggiornamiento y lo subido de tono y es que ambas cosas irritan por igual a los viejos fieles. No importa aquí desentrañar en profundidad la cuestión de la representación en las artes performáticas y del derecho o no a las actualizaciones o adaptaciones de los aspectos dramatúrgicos de las obras. Quede, simplemente como preámbulo de futuros comentarios, el señalamiento de que, por un lado, a nadie (o a casi nadie) se le ocurriría adaptar la música porque es "antigua" o ha pasado de moda, pero que, por otro, es cierto que el teatro antiguo no tiene la vigencia (salvo en el caso de algunos pocos clásicos que, por otra parte, en general se adaptan) que tiene la música del pasado. Simplificando, podría decirse que Bach tiene un grado de actualidad que, sin entrar en consideraciones acerca del porqué, Beaumarchais ha perdido. Tampoco entraré en el detalle de la cantidad de óperas cuyas tramas remiten al erotismo e incluso la pornografía de sus épocas –prostitutas (La Traviata, Manon), orgías, bacanales, violaciones, incestos, etc– ni en la obviedad de que la representación artística del erotismo es una de las cosas que con más velocidad ha cambiado a lo largo de la historia. A Mozart y Da Ponte les alcanzaba con una frase de doble sentido y al puestista de la época, tal vez, con la insinuación de un tobillo. Y, de hecho, Cosi fan tutte fue atacada, en su momento, por pornográfica. Me centraré, porque ese es el tema en esta ocasión, en la distancia entre la mirada "de adentro" y la mirada "de afuera". Uno podría imaginarse, leyendo el anónimo de El Día, que en el Argentino se han visto felatios explícitas, desnudos a granel, coitos entre tenores y barítonos y mutilaciones generalizadas de genitales diversos. Y lo que en realidad se ha visto fue una representación teatral de una violación, en una escena de violación (Lady Macbeth del Distrito de Msensk, en la puesta de Lombardero que, dicho sea de paso, fue premiada en la conservadora Chile), una tibia insinuación de lascivia en un personaje que el libreto define como lascivo (Ptolomeo en Giulio Cesare in Egitto, de Händel) y la intención de cierto realismo en alguna que otra escena erótica. No corresponde la comparación con la vulgaridad de la televisión justamente porque es vulgar y porque no se trata de un ejemplo deseable. Pero, desde "afuera" no llega a verse con claridad por qué en la ópera estaría mal lo que en el teatro o en el cine (en sus manifestaciones más "artísticas", además, desde Pasolini a Greenaway pasando por Visconti) forma parte del lenguaje desde hace por lo menos cincuenta años. Ahora mismo, en el final de una de las coreografías (Syracusa, de Carlos Casella) que componen el espectáculo que el Ballet del San Martín (me niego a llamarlo contemporáneo) presenta en el Alvear, hay un desnudo casi total y nadie se espanta (y a nadie, creo, se le ocurriría llamarlo pornográfico). ¿Es que la ópera está más cerca del acto escolar que del arte? Muchos tienen, en efecto, esa percepción. El Cosi fan tutte del último Festival de Salzburgo, con dirección musical de Adam Fischer, Patricia Petibon como Despina (foto) y puesta en escena de Gath, provocó discusiones. También fue polémico el Lohengrin de Bayreuth (puesta de Neuenfels) con un extraordinario Jonas Kaufmann en un mundo de ratas donde el cisne del final era reemplazado por un huevo con un feto. Fueron, desde ya, polémicas que tuvieron que ver con cuestiones teatrales y no morales. Más allá de que la división entre puestistas tradicionales y renovadores es demasiado esquemática, la adscripción a uno u otro bando no garantiza ni la calidad ni su carencia. Hay grandes puestas en escena de ambos lados y, también, soberanos mamarrachos renovadores (frívolos, vacíos, arbitrarios) y espantosos (y grasas, esto dedicado a los detractores de este precioso adjetivo) engendros tradicionalistas. Algunos críticos locales, en particular Pablo Bardin, en el Buenos Aires Herald y en todo foro que se avenga a publicar sus soberbias filípicas, advierten acerca de la decadencia que llega de Europa y se piensan a sí mismos como una barrera de contención frente al doble juego entre aggiornamiento y pornografía que corroe a la ópera "como debe ser". Provincianismo convertido en extraña virtud. Batalla perdida de antemano.

6 comentarios:

  1. Qué divertido. Yo me preguntaba por qué ese purismo para mantener la música en comparación con la necesidad de adaptar la puesta. Por ejemplo a la famosa puesta "peronista" del Haendel, cambiarle el texto para que se adapte a la escena. Y luego pedirle a Andrew Lloyd Weber que "adapte" la música. La llamamos "Evita" y listo el pollo.

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  2. Parte del malentendido se despeja si se elimina la palabra "adaptación", que no tiene nada que ver con las puestas de ópera. Se trata de una lisa y llana interpretación, como en cualquier arte performática. Y, en ese sentido, tanto la música como la escena son interpretadas: es mentira que sólo se cambia la escena y la música "no se toca" porque, precisamente, a la música hay que "tocarla" (si se me permite el juego de palabras). Quiero decir: que la forma en la que se interpreta la música también se va modificando de acuerdo a coordenadas históricas y geográficas diversas. En todo caso, es cierto que hay un desfasaje entre el espectro de posibilidades que se le abren al intérprete del aspecto teatral de la ópera y el propio del intérprete musical, pero eso tiene que ver, probablemente, con las diferentes leyes que gobiernan uno y otro ámbito. Si es cierto que el oído es un sentido más "conservador" que la vista, entonces se justifica que la ópera, que no deja de ser un género teatral tanto como lo es musical, se permita todas las libertades del teatro en lo que tiene de teatro y mantenga ciertas convenciones musicales en lo estrictamente musical. Y eso sin olvidar que todos estos componentes que uno analiza por separado en realidad se dan todos juntos en algo que debería ser una experiencia unitaria. O federal, depende.

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  3. En realidad quienes reclaman fidelidad a un cierto modelo teatral no lo hacen con relación a las prácticas interpretativas de la época en que las obras fueron compuestas (sobre todo su fueron compuestas antes del siglo XIX) sino en que ellos las vieron por primera vez. Por eso no suele molestarles la falta de estilismo musical (en los años cincuenta y sesenta no lo había con respecto al barroco y el clasicismo). En rigor creo que se trata de la misma clase de pereza intelectual (y sentimental): el modelo es, en ambos sentidos, el de hace cincuenta o sesenta años. Hace años me tocó participar de una especie de debate, organizado por Revista Clásica, en ese entonces dirigida por Santiago Chotsourian,acerca de las interpretaciones historicistas. También participaba de la mesa Pablo Bardin, que ignoraba casi todo lo sicedido con posterioridad a los trabajos pioneros de Nikolaus Harnoncourt con el Concentus Musicus y del Collegium Aureum. No sólo ignoraba sino que rechazaba. Allí yo me enojé, diciendo que un debate podía ser entre personas con diferentes puntos de vista pero no entre personas con niveles distintos de información. Pero el hecho es que allí aparecía con claridad el estilo al que se era fiel: no el de Händel sino el de sus años de formación. Todo lo sucedido con posterioridad, desde la incorporación de las ornamentaciones, de un diapasón más grave, del uso del vibrato como un adorno hasta, obviamente, las prácticas dramáticas que buscan poner en sintonía a la ópera con otras formas del teatro, deben ser rechazadas por principio. Y aclaro que no sostengo que, por principio, deban ser aceptadas. Justamente, no es una cuestión de principios, ni morales ni de ninguna clase. Eventualmente, es una cuestión estética y como tal debe ser discutida.

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  4. Creo que lo que está haciendo la chica de la foto es una falta de respeto para el mítico Bombero Loco, que tantas alegrías nos dio en los carnavales de antaño.

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  5. Hay una frase que viene a cuento y es "Si te digo que es carnaval, apretá el pomo".
    Muy bueno el programa.
    GB

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  6. Ahora intentando hablar en serio (cosa cada vez más difícil dados los tiempos que corren), diré que a mí también me dan por ahí estas interpretaciones modernistas de los clásicos.
    No me imagino a Edgar Varese o Alban Berg modernizando algo que hizo un tipo doscientos años antes.
    Supongo que todo esto será el resultado de que "la cultura" (sobre todo la oficial) se haya transformado en una rama más de la política.
    Saludos
    GB

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