Mauricio Kagel frente a su casa natal, en Caballito.
En los últimos dieciocho años entrevisté varias veces a Daniel Barenboim y asistí a todas las conferencias de prensa que ofreció, en cada una de sus visitas. Siempre había alguien que preguntaba sobre su supuesta argentinidad y el músico era más bien vago. Cosas como "Bueno, nací aquí y aquí pasé mis primeros años y eso tiene su importancia". Esta vez fue distinto. Nadie preguntó. Y Barenboim contó, en su segundo día en Buenos Aires, que la noche anterior había visitado su casa natal y dijo: "Con los años me siento cada vez más ligado a la Argentina". Dijo algo, tal vez, más importante. Que aquí había aprendido lo que eran las identidades múltiples. El niño Barenboim, hijo de inmigrantes rusos judíos, a fines de los cuarenta podía, en Buenos Aires, jugar con niños hijos de italianos, españoles o sirios y podía, también, ir con su padre al gallinero del Teatro Colón a escuchar a Rubinstein. Y, hay que decirlo, tal vez eso sea lo mejor que tenemos como ciudad. No es que no hubiera discriminaciones de ninguna clase. Las había y las hay. Pero el clima de tolerancia, eventualmente de administración de los prejuicios por la vía del humor, y, desde ya, la movilidad social, era mucho mayor que el de muchas partes. Y aunque mucho de eso se haya perdido es, todavía, una tradición presente.
Cuando Mauricio Kagel llegó a Buenos Aires para el festival que el CETC había organizado con él como figura central, lo acompañamos, con Diana Theocharidis, mi mujer, en ese entonces directora del CETC junto a Martín Bauer, con Natalia Iñon, asistente en aquel festival, y el cineasta alemán Heinz Schwerfel como chofer, a su casa natal de Caballito, al Mercado del Progreso, en Primera Junta, y a la fiambrería alemana de la calle Centenera, que yo recordaba bien porque estaba enfrente de donde había estado la relojería de mi abuelo, "La Porteña". Kagel habló de los olores de la infancia, del guefilte fisch que hacía su madre, pero, además, de esa Buenos Aires de la que se había sentido expulsado pero que le había enseñado un cosmopolitismo del que se sentía deudor. También en ese caso, la posibilidad de acceso al Colón de los sectores medios y bajos de la población era un dato central. Cuando se habla de que el Colón es un patrimonio del que los habitantes de Buenos Aires deben sentirse orgullosos, ¿de qué se habla? ¿Se trata sólo de un edificio, capaz de ofrecer espectáculos maravillosos para unos pocos, o hay otra cosa? Su tradición, es decir eso que sus administradores actuales deber cuidar y reivindicar, ¿es sólo la de los disfraces de la platea en función de gala o es también, y sobre todo, la de los jóvenes y niños que iban con sus padres a ver a Rubinstein desde la galería, pagando entradas que valían poco más que el boleto del tranvía? ¿Se ha reparado en el hecho de que el origen social de la mayoría de los instrumentistas, bailarines y cantantes argentinos es medio y medio-bajo y que eso, necesariamente, habla del pasado acceso a la "cultura culta" de esos sectores? Además del mensaje de vuelta al pasado (a los fastos del pasado) de esta gestión administradora de nuestros bienes, ¿se está haciendo algo para volver, también, a aquella inclusión social que, eventualmente, es la que hace a Barenboim argentino?
jueves, 2 de septiembre de 2010
Patrimonios
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Publicado por
diego fischerman
en
11:16
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Diego,
ResponderEliminarAnte todo, te agradezco por lo interesante de tus comentarios, y en particular por brindar un espacio para opinar.
Creo que basta comparar los precios de las entradas mas económicas a las funciones de Opera, antes del cierre del Teatro en 2006 ($5) y luego de la reapertura ($40), para comprender que hay una amplia franja de sectores de ingresos medios y medio-bajos, que "se quedan afuera" de un circuito que históricamente los incluyó. Mi impresión es que la actual administración del Teatro apunta a un segmento de ingresos más altos. Alguien podrá argumentar que de todos modos el Teatro esta funcionando "a sala llena". Supongo que esto se debe principalmente a una combinación de un efecto "post cierre" (tras años de Teatro cerrado y con todo lo que se habló del tema en los medios, se despertó un interés general en un público que tal vez no era habitual para este tipo de espectáculos) y la presencia creciente de público extranjero, como consecuencia del boom turístico que experimenta Buenos Aires en los últimos años. En resumen, me da la impresion que se ha restringido el acceso a la Opera a un público de mayor poder adquisitivo, lo cual no habla de una política orientada a la inclusión. Saludos.
¿Inclusión? No parece que, por ejemplo, la gente que vive (o quisiera vivir) en barrios cerrados tenga muchas ganas de incluirse en la sociedad (o de incluir al resto de la gente en la sociedad, como quiera verse). Tal vez sucede que también está en crisis la idea de ciudad. Tampoco es muy auspiciosa la distribución de aspiraciones que creo observar. Pienso en mi padre, profesional de clase media; jamás me habría llevado al Colón o al San Martín, aunque hubiera funciones suficientes y entradas accesibles (sin mencionar el inconveniente de vivir a 1200 km de Viamonte y Libertad). Pienso en el deseo de ascenso social; ¿qué nos espera arriba, qué nos impulsa a ascender? ¿el acceso a ciertos atributos admirados y posibilidades reservadas a las clases altas? ¿el acceso al Colón? No parece. ¿Trabajar menos y escuchar más música? Lo dudo. ¿Trabajar en algo satisfactorio? En algo rentable. "Hay que acercarle la cultura a la gente", decía Lombardi hace unos días bajo el sol de la 9 de Julio. No se si esa debería ser la función de los gobiernos, o más bien la de posibilitar el acceso, facilitar opciones, y no "llevarle" cultura (¿cuál cultura?) a la gente aunque no le interese. ¿Cómo nace el interés, cómo mudan las aspiraciones, cómo cambian las demandas? No lo se. Tal vez hacen falta un buen líder y un buen lieder. También es cierto que el siglo xx es el de la explosión tecnológica que amplió el abanico de posibilidades (de consumo y de producción). La excelencia dejó hace mucho de estar únicamente en el Colón (los nombres que recorren las entradas de este blog son testimonio de ello). Y si dudamos que se esté haciendo algo en esta ciudad para retomar el más que tibio camino de inclusión social de épocas pasadas, otras instituciones y otros gobiernos no parecen estar haciéndolo mejor.
ResponderEliminar