El libro de Juan Carlos Paz mencionaba al entonces joven Henryk Gorécki como uno de los adalides de la vanguardia polaca, junto a Krszystof Penderecki. Unos cuarenta años después, un inglés decidió pasar por la radio su tercera sinfonía, subtitulada "Sinfonía de las canciones apesadumbradas", dedicada a las víctimas de los campos de concentración y cantada por Dawn Upshaw. Los teléfonos de la radio clásica londinense no pararon de sonar. "Qué es eso que están pasando", preguntaban los oyentes. Y el disco, con la primera grabación de la obra, dirigida por David Zynman para el sello Nonesuch, vendió un millón de unidades en los meses subsiguientes. Las influencias de Webern habían quedado atrás. La obra cultivaba una suerte de neorromanticismo extremo, aunque tamizado por las influencias de las escuelas repetitivas y de cierto culto al estatismo armónico que por esos años comenzaban a frecuentar autores como Arvo Pärt. Este año la Sinfónica de Londres estrenaría su
Sinfonía No. 4 pero el compositor estaba muy enfermo y no pudo completarla. Gorecki murió ayer, a los 76 años. Fue el autor de la única obra
clasica del siglo XX que se convirtió en un verdadero hit. Podría pensarse que, paradójicamente, esa obra no perteneció, estilísticamente, a su época. Que en la dicotomía entre reacción y progreso su lugar fue el de la reacción. O no. Que esa obra, con su vuelta al pasado, con su renuncia incluso a la idea de modernismo, sólo podría haber sido compuesta cuando lo fue, en el contradictorio final del siglo XX.
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