Esta es (será) una sección fija que, no obstante, tendrá sus variaciones. He discutido, más de una vez, acerca de la posibilidad –y la pertinencia– de las listas de "los mejores..." y, sobre todo, de su supuesta objetividad. Ni siquiera hablo del gusto (aunque, en un sentido amplio, tal vez se trate de eso) sino de paradigmas que están lejos de ser universales. Para tomar un caso suficientemente célebre, como el de las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach por Glenn Gould, en cualquiera de sus dos grabaciones (1955 y 1981), lo que las convierte para algunos en hito interpretativo es lo mismo que las hace olvidables (o directamente execrables) para otros. Quien las elije no lo hace desconociendo lo que para otros es un defecto sino considerándolo como una virtud. Lo mismo podría decirse acerca de las decisiones en contra de la partitura de Horowitz haciendo Schumann o del sonido Karajan en las sinfonías de Beethoven o de Brahms. En el caso de las obras de tradición popular pasa algo similar. Hace tiempo, yo mencionaba, en este blog, el "April in Paris" de Ella Fitzgerald en dúo con Oscar Peterson. Y Jorge Andrés comentaba otras versiones a su juicio mucho mejores, a lo que yo hacía referencia en una entrada posterior. Me preguntaba, en esa ocasión, si la versión de Fitzgerald hubiera figurado entre mis preferencias en el caso de que no la hubiera escuchado en mi adolescencia. Posiblemente sí. Lo cierto es que, con las salvedades del caso y tratando, en lo posible, de explicitar los criterios que guían mis decisiones (o por lo menos los conscientes), aquí va una primera entrega de "Las grandes versiones de las grandes obras" dedicada a los conciertos para piano y orquesta de Johannes Brahms y, en primer lugar incluyo dos discos que, sí, no mencionaría de no ser porque fueron las primeras versiones de estas obras que escuché con amor y dedicación: la del Concierto No 1 por Arrau y con dirección de Bernard Haitink y la del Concierto No 2 por Sviatoslav Richter con dirección de Erich Leinsdorf.
Para no citar versiones de manera infinita, y para no presumir de conocerlas todas (obviamente no las conozco) diré que la lista de las mejores grabaciones de estas obras, entre las que conozco, podrá incluir muchas distintas pero jamás podría dejar de incluir tres: la de Leon Fleisher con dirección de George Szell (el primero grabado en 1962 y el segundo cuatro años antes, en 1958), la de Emil Gilels con dirección de Eugen Jochum al frente de la Filarmónica de Berlín, registrada en 1972, que, para mí, es la más lograda en su equilibrio entre interpretación personal y respeto de la partitura, con una cualidad de intensidad, además, extraordinaria (Jochum la consideró, poco antes de morir, como una de las grandes grabaciones de su vida) y, lejos del último lugar en importancia, la mucho más reciente de Nelson Freire con la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, conducida por Riccardo Chailly, una interpretación notable que logra algo casi imposible: unir al impulso y el poderío de la escritura pianística y de una orquestación suntuosa, una condición de intimidad con la que mucho tiene que ver una orquesta con una tradición señera: sin ir más lejos, es la que estrenó su Concierto para violín y orquesta. Dejo en el tintero, aun a sabiendas de su indudable calidad, dos lecturas que en otras épocas me deslumbraron y hoy me parece que se quedan cortas en expresividad, ambas dirigidas por Claudio Abbado, una con Pollini y la otra con Brendel. Eran, en las décadas de 1970 y 1980, un ejemplo de "interpretación moderna". Pero los gustos cambian, incluso para las mismas personas, y hoy esa modernidad, además de antigua, me parece menos interesante que otrora.
miércoles, 16 de mayo de 2012
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