El nuevo director del Teatro Colón, Pedro Pablo García Caffi, eligió, para que hiciera la puesta en escena, la iluminación y la escenografía de la ópera Katya Kabanová, de Leós Janacék, a alguien sin antecedentes en la materia: Pedro Pablo García Caffi. El ex integrante del Cuarteto Zupay y ex manager de la Filarmónica de Buenos Aires y la Camerata Bariloche, había realizado con anterioridad sólo una puesta en escena, la de Oedipus Rex de Stravinsky, en el Teatro Argentino de La Plata, convocado por el entonces director de la sala, Pedro Pablo García Caffi. Hace unos años, Pablo Sirvén, en su columna de los domingos en La Nación, había hablado de autoprogramación y había condenado, en una misma bolsa, a Sofovich programando su propio programa como director del entonces ATC, a Sergio Renán, Martín Bauer y Mauricio Wajnrot, entre otros que no recuerdo. También se ha mencionado, en algunas oportunidades, el caso de Marcelo Lombardero. Se mezcla, desde una perspectiva moralista, lo que no debería mezclarse. Más allá de que el decoro nunca es desaconsejable y que, en un panorama de escasez laboral, ocupar uno mismo el lugar que podría ser para otros, no parece la actitud más elegante, no es lo mismo cuando quien se programa a sí mismo es alguien que también es programado por otros que cuando se trata de su único elector posible. En el segundo caso se trata de una versión extrema del tráfico de influencias. Alguien, en este caso la misma persona en lugar de su mujer, su amigo o su vecino, que es contratado en virtud, exclusivamente, del conocimiento que de él tiene quien ocupa una función de poder.
Suelen elegirse, como directores de teatros o para cargos de administración cultural, a dos clases de profesionales: aquellos que tienen antecedentes en el campo del arte o la cultura y aquellos que los ostentan en el terreno de la administración. La cuestión es relevante. En el primer caso, la autoprogramación no sólo no se condena sino que, en muchos casos, se espera y hasta se fija –en otras partes del mundo– en el contrato. Cuando se llama para dirigir un teatro a Maurice Béjart, Pina Bausch, James Levine, Ricardo Muti o Peter Brook, se espera que estos artistas desarrollen su obra en la casa que los contrató. Pero, en esos casos, los contratos fijan límites y obligaciones. Los artistas se comprometen a hacer un mínimo de obras anuales pero también un máximo y, además, la cuestión de la remuneración queda precisada con exactitud. Es cierto que se trata de trabajos de naturaleza diferente y no es correcto que el director del teatro no cobre, por ejemplo, por hacer una régie de una ópera. Pero, tal vez, durante ese período, debería tomar licencia sin goce de sueldo en sus otras funciones ya que, de hecho, no las estará realizando. En cualquier caso, y aunque las cosas no sean tan claras en la Argentina, no es lo mismo que Lombardero, siendo director artístico del Argentino de La Plata, haya decidido comenzar la temporada 2010 con su propia puesta de Lady Macbeth del Distrito de Mstsenk, de Shostakovich, que ya fue presentada, y con un éxito notable, en el Teatro Municipal de Santiago de Chile, que el hecho de que García Caffi quiera comenzar su carrera como director de escena, escenógrafo e iluminador precisamente en el teatro que dirige y al que fue llamado no por sus méritos artísticos –que, aun en el caso de tenerlos, son desconocidos por todos salvo por él– sino, eventualmente, por sus antecedentes como administrador y programador. Ambos casos pueden parecer, a algunos, igualmente antipáticos. Pero en el primero no hay tráfico de influencias y en el segundo sí.
A pesar de la toda la crema coqueta que tose y nunca esputa, a pesar del brutalismo opresor de esa mole de cemento habitada por fantasmas ojerosos y por las más variadas corruptelas pirománticas y fiduciarias... todavía no alcanzo a caer... Lady Macbeth del Distrito de Mstenk, aquí en mi ciudad...
ResponderEliminarVuestro artículo me inquieta. Espero que no hagan una gran cochinada.
Maldición, la harán.
Saludos
Rintrah