sábado, 23 de enero de 2010

Todas esas cosas había una vez


Cantaba Paco Ibáñez a José Agustín Goytisolo. Había allí "un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos". Y, también, "una bruja hermosa y un pirata honrado". Pero eso era cuando se soñaba un mundo al revés. La piratería es mala, ya se sabe, y la progresía musical argentina, encabezada por León Gieco y Víctor Heredia, festejó públicamente que el derecho de las empresas discográficas sobre una grabación se prolongue de cincuenta a setenta años. La industria viene bregando por esto en todas partes y Sir Paul McCartney firmó personalmente una carta pidiendo lo mismo en Estados Unidos e Inglaterra (aunque sin éxito). No se trata de la protección de los artistas, como se dice, ya que los compositores cobran derechos de autor y los intérpretes no están reconocidos en ningún convenio discográfico existente (pregunten a algún descendiente de un integrante de la orquesta de Troilo o Fresedo, o de los propios directores de esas orquestas, o a los integrantes del segundo quinteto de Piazzolla cuánto cobran en las escasas ocasiones en que los sellos "oficiales" reeditan alguno de los discos). Lo que pasa es que "Los sesenta" están por entrar en el dominio público (así será en todas partes menos en la Argentina) y ahí sí se les arruina el negocio a las discográficas, que todavía viven de Elvis Presley y de los Beatles y los Stones. El argumento del diputado Pampuro, que defendió la ley en el Congreso, fue que "La canción de la zafra, de Mercedes Sosa, entraría en el dominio público el año que viene". Y es un argumento curioso, porque con la nueva ley quien tendrá derechos durante veinte años más será precisamente quien no tuvo el menor deseo de ejercerlo durante cuarenta y ocho. Y si Mercedes Sosa no hubiera muerto, el disco, editado en 1961 por única vez hasta hace unos meses, seguiría olvidado. No está mal, creo, que los sellos discográficos con los que los artistas firmaron alguna vez contrato tengan la primera opción de edición. Pero la ley no puede funcionar bien, por lo menos en la Argentina, si no se legisla también sobre otras dos cuestiones. La primera es la regulación y el control del cumplimiento del contrato por parte de las compañías. En los hechos, en la mayoría del repertorio que editan sellos llamados piratas que recurren a discos de coleccionistas para conseguir el material, los sellos "oficiales" o no tienen los másters ni el arte de tapa o no saben si lo tienen o no ni dónde ni han manifestado la menor intención de edición durante décadas. En el caso de la Edición crítica de las grabaciones de Piazolla para Columbia y RCA, en la que participé, las tapas de los discos fueron facilitadas por Natalio Gorín ya que la compañía no las tenía. La cuestión se resume en una pregunta: ¿Qué deberes tendrán las compañías a cambio de su derecho de edición de esos discos?
La segunda cuestión es la idea de patrimonio cultural, que es más o menos clara con respecto a bienes físicos –un edificio, una escultura, un cuadro– pero ronda lo misterioso cuando se trata del sonido. No hay legislación alguna en la materia y si bien la industria discográfica, como su nombre lo indica, es un negocio, también es un negocio montado sobre bienes de la humanidad. Es decir: está bien que un sello tenga el derecho de seguir editando los discos de Gobbi, como lo había hecho hace más de medio siglo, pero no está bien que tenga derecho a no editarlos y que no exista ningún posible control al respecto.
En los hechos, la nueva ley argentina significará la desaparición de buena parte del catálogo de tango existente y, en el caso de los nombres menos comerciales –es decir casi todos los que no son Troilo, Pugliese y D'Arienzo– del único existente hasta el momento. Lo que además perjudicará sobremanera a los compositores y sus herederos ya que el mayor porcentaje de recaudación lo obtenían gracias a las compañías independientes que se dedicaban a editar material de dominio público. ¿O es que alguna de las grandes compañías está dispuesta a editar los alrededor de cincuenta discos de Libertad Lamarque? ¿O los de Corsini? ¿O los de la Orquesta Típica Victor, con Vardaro en el violín? ¿Qué puede esperarse de sellos como Universal, actual propietaria de Philips, que jamás ha editado en CD el Romance de la muerte de Juan Lavalle, de Eduardo Falú, con la participación de Sábato como recitante y de una maravillosa Mercedes Sosa en "Palomita del valle"? Ese sello mantiene inédita, también, la mayoría de los discos originales de Mercedes Sosa y gran parte de lo que Piazzolla grabó entre 1964 y 1968, entre ella 1944-q964. 20 años de vanguardia con sus conjuntos, el disco donde volvió a juntar el octeto para hacer "Tango Ballet" y donde grabó "Contemporáneo" con el quinteto, que tuvo en 1964 su primera y única edición hasta el momento. La nueva ley, en concreto, no beneficia a nadie (si lo hará con los grandes sellos cuando en el mundo empiece a entrar en el dominio público el rock, lo único de cuya existencia tienen conocimiento) pero perjudicará a unos cuantos. ¿Quién editará a Los Astros del tango? ¿Quién a Domingo Federico o Pedro Láurenz? ¿Quién a las grabaciones de Fresedo con Oscar Serpa como cantante? En realidad, ya desde las tempranas lecturas de Sandokan y El corsario negro supe que los piratas solían ser mejores que los otros o, en todo caso, menos piratas que el Rajá de Sarawak, sentado sobre un montón de joyas que, simplemente, había sido el primero en robar.

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