Martes al mediodía: una multitud espera en la cuadra del Gran Rex para escuchar
Dérive 2, de Pierre Boulez, por integrantes de la West-Eastern Divan Orchestra. Tal vez haya sido al revés –que quisieran escuchar y ver a Barenboim tocara lo que tocara, no por
Dérive 2 sino, incluso, a pesar de
Dérive 2–, pero no importa. Barenboim da una clase magistral que es, más allá del género "clase magistral", una clase magistral acerca de la obra, y anuncia, no sin humor, que la necesidad de bises que sus conciertos no han satisfecho (¿qué podría tocarse después de la
Tercera de Beethoven?) será subsanada con el agregado de una obra. ¿Una que sepamos todos? Sí, por supuesto,
Dérive 1. Del concierto ya se ha hablado, de la monumental sinfonía de cámara que es
Dérive 2, de la interpretación extraordinaria y de la claridad conceptual y la capacidad para transmitirla de Daniel Barenboim, también. Del público, que era el gran fantasma, lo que puedo decir es que muy pocos se fueron y que hubo ovación al final. Ignoro si a todos les gustó (tampoco se trata de eso) pero, con certeza, todos aceptaron que se trataba de una obra que trabajaba con una poética sonora y que merecia una audición. Si las toses son un indicio de desatención o hastío hubo, en todo caso, muchas menos que en cualquier movimiento lento, o largo -o lento y largo- en cualquier concierto en el Colón.
Martes a la noche: Uno de los grandes conciertos del año (y, probablemente, de mi vida). András Schiff (foto) tocó, en el Colón, la segunda de las sonatas Op. 27 "quasi una fantasia", y la dedicada al conde Von Waldstein, de Beethoven y, entre una y otra, la
Sonata No. 1 y la
Fantasía Op. 17 de Schumann. Para quienes no estuvieron –y para quienes estuvieron también– recomiendo escuchar su integral de las sonatas de Beethoven grabada en vivo para el sello ECM (ocho volúmenes, alguno de ellos doble, que se consiguen en Zival's y, desde ya, por medios más ilegales). Ni más ni menos que la transparencia y la literalidad entendidas como eje de lo interpretativo.
Miércoles: Barenboim en el Colón.
Novena de Beethoven. Pero yo descanso. Escucho, en casa, una sinfonía de Albert Rousell, pensando en el programa de radio del próximo domingo, y preparo mero al horno. Para quien le interese, receta fácil y al paso. Picar ajo y cilantro, poner en algún tachito (me niego a poner
bowl pero bueno, parece que ya lo puse) junto con ají picante (lo ideal es un condimento mapuche que se llama merkén –ají seco ahumado preparado con semillas molidas de coriandro– pero aquí no se consigue) y convertirlo en una pastita gracias al concurso del siempre bien ponderado aceite de oliva. Pintar con la pastita los filetes y meterlos en el horno bien caliente. Cuando estén por estar, rociarlos con limón (antes no, porque se cuecen con anticipación).
Jueves a la mañana: Lectura de diarios.
La Nación, como siempre, una caja de sorpresas (y me refiero, apenas, a la sección de Espectáculos). Un título, en referencia al film
Luz silenciosa, del mexicano Carlos Reygadas: "Un film experimental, pero fascinante". Se me ocurren otras posibilidades similares: mujer bella, pero interesada en la herboristería; pájaro colorido, pero voraz; tabla rectangular, pero de madera; periodista de espectáculos, pero de La Nación. Allí no termina todo. Pablo Kohan, en su crítica al concierto de Schiff, hace una larga disquisición sobre el uso del pedal resonador en el primer movimiento de la Op. 27 No. 2, llamada "Claro de luna". Dice que la indicación "senza sordina" de la partitura no indica que deba usarse el resonador todo el tiempo. Y la verdad es que sí. Argumento: Más allá de que Kohan habla del pedal derecho cuando en los pianos de la época de Beethoven eran dos (que apagaban una o dos cuerdas), y a la izquierda, su conclusión sería acertada siempre y cuando no se conocieran las convenciones de la época en que la obra fue escrita. La indicación "senza sordina", en época de Beethoven –y de pianos muy poco resonantes– significaba "con pedal resonador". Es decir logrando un efecto de bruma con la resonancia de todo el instrumento. Schiff, con inteligencia y sensibilidad, no sólo conoce esta convención sino que la adapta a un piano moderno sin exagerar el efecto, manejándose con una dinámica restringida y en el campo del piano y el mezzoforte. La interpretación de Schiff (también en el fraseo, que elige hacer "alla breve", es decir contando en dos y no en cuatro), es absolutamente reveladora, además de incuestionablemente correcta.