Hace años, en Nueva York, adonde había ido a entrevistar a John Faddis, vi por televisión una clase donde Wynton Marsalis explicaba a unos niños la síncopa. No subdividía el ritmo ni hacía ningún gráfico en un pizarrón con corcheas ligadas. Cantaba una canción infantil y luego introducía en ella una síncopa. Resumía todo el asunto con un gesto. Adelantaba un poco el cuerpo, entrecerraba los ojos, fruncía apenas los labios. Hacía el gesto de la síncopa y todos los niños entendían inmediatamente. Luego, varios de ellos introducían síncopas en canciones que ellos elegían. Hubo una época en la que pensaba que los gestos sobraban. Que la mejor manera de escuchar música era en disco (y con los ojos cerrados, salvo que se estuviera siguiendo la partitura), para que no hubiera distracción alguna. Para que la música fuera sonido y nada más. Si hiciera falta una prueba de que estaba equivocado, bastaría con este video. Aquí, la Orquesta y el Coro Sinfónicos de Sâo Pablo, con dirección de John Neschling, interpretan, en un concierto de año nuevo en la maravillosa sala que alguna ver fue la estación de trenes de la ciudad –y que la televisión transmitió en directo–, el final del Choros No 10 "Rasga o coraçâo", de Heitor Villa-Lobos. Una especie de Stravinsky con bastante de Varèse y pasado por el trópico. La obra es de 1926, su escritura rítmica es intrincadísima y al coro y la orquesta no les importa. Porque lo bailan. El efecto es extraordinario. Y, sin duda, verlo es una manera incluso mejor de escucharlo.
He’s Making a List, and Checking It Twice
Hace 5 días
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