sábado, 15 de mayo de 2010

Aplausos II


En lo personal, la profusión de aplausos no me gusta. He visto, por televisión, a sacerdotes saliendo de iglesias con imágenes sagradas para su comunidad mientras una voz, por altoparlantes, reclamaba "un aplauso para la virgen". Hay en todo caso, una cierta dinámica televisiva que se ha adueñado de casi todo –vean si no los actos escolares–. Y aclaro: no condeno los aplausos, como espontánea reacción de las personas, simplemente no me atraen. En el caso particular de la música artística de tradición europea y escrita, ese aplauso responde a ciertas convenciones, que además han ido cambiando a lo largo del tiempo (y que podrían volver a hacerlo) como se desprende, por ejemplo, de la lectura de esta carta de Mozart que había transcripto en una entrada anterior. Cuando ese aplauso, además, revela la presencia de un público nuevo, no habituado pero indudablemente interesado, me alegra (aunque igual me moleste, pero eso tiene que ver con mis manías y no con otra cosa). En el caso de un público de políticos que, más allá de su gusto –y del mío– no se informó de los usos y costumbres del lugar adonde irían a mostrarse, la situación es distinta. Existen, por ejemplo, los asesores. Lo que se revela es un desinterés absoluto y un cierto patoterismo. Nadie se asesora acerca de lo que las convenciones indican porque a eso no se le da la mínima importancia. El político (cierta clase de político) no querría quedar mal en una cancha de fútbol o en un programa de televisión pero lo tiene totalmente sin cuidado lo que pase en el Colón. En el caso del público común, el desconocimiento de las convenciones sociales (en un concierto o en cualquier otra parte) muestra movilidad social, lo que es bueno. Y, obviamente, ese público común no habría tenido antes ni la posibilidad ni mucho menos la obligación de conocer esas convenciones. En el caso de los funcionarios públicos, su trabajo, para el que la población, que paga sus sueldos, los ha elegido, de manera directa o a través de sus mandatarios, brinda la posibilidad e incluye la obligación de informarse acerca de esas convenciones.

7 comentarios:

  1. Me ha encantado esta entrada, Fischermann. Es curioso, este es un tema sobre el que nunca había hablado con nadie pero en el que pienso mucho, cada vez que voy a un concierto, y cada vez también que la gente estalla en aplausos en algun acto. He vivido mucho tiempo en Andalucía, y me siento como una marciana cuando veo a la gente aplaudir como posesos ante el paso de una imagen en Semana Santa, al final de bodas, e incluso la última vez en el entierro de alguien conocido y que dieron por televisión.
    No soy mucho de aplaudir, aunque a veces he de reconocer que tengo impulsos arrebatados e irreprimibles, y que en esos momentos aplaudo con gusto.

    Todo tu tema sobre las convenciones me ha hecho sonreir y pensar en otras convenciones sociales, en protocolos de actuación en sociedad de los que Martin Eden siempre está hablando, y que yo ahora estoy releyendo y disfrutando mucho.

    Un saludo

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  2. Clarísimo, Diego. Mencioné el texto de Ross por dos cosas: una, porque me pareció interesante el procedimiento de "desarticulación" de las reglas de etiqueta. Otra, más relacionada con tu entrada, por la anécdota de Obama, que justamente reconoce lo que mencionás: que un funcionario debe interiorizarse con las convenciones del caso. La anécdota de Obama es interesante por eso: cuando presenta el concierto dice "bueno, si algunos de ustedes vienen por primera vez a un concierto, les va a pasar lo que me pasa a mí, que nunca sé cuándo hay que aplaudir y cuándo quedarse callado... Por suerte la tengo a mi mujer, que me pega un codazo cada vez que me equivoco. Ustedes arréglense como puedan." La humorada tiene la ventaja de hablarle al que desconoce las convenciones y decirle "hasta el presidente puede desconocerlas, pero no hay nada de qué preocuparse: las podemos aprender". Desde ya, como dice una amiga, no faltará el intolerante que diga "¡Pero no ves que este negro ignorante no sabe ni cuándo hay que aplaudir en un concierto!" Pero eso sí: se quedó hasta el final. En cuanto a los aplausos, y a título personal, no sólo no me gusta su profusión indiscriminada, sino que descubrí que cada vez me gusta menos aplaudir. Un evidente signo de "copro-envejecimiento". Abrazo!

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  3. No puedo más que adherir. Respecto a los "políticos", no podría opinar, no conozco a ningún funcionario. Respecto al aplauso del lego, lo supongo presionado exteriormente por su presencia en un ritual cuyas reglas desconoce, así como interiormente por la emoción de presenciar algo nuevo que en algún momento de su vida consideró vedado.
    El post no habla del "aplauso del abonado", ese conjunto de personas que se apropian material o simbólicamente de una institución artística, y así se consideran conocedores de un arte que luego reafirman en todo sus lugares comunes con estruendosos aplausos que no se condicen con la calidad musical del espectáculo en aprticular, sino con el acto de avalar un ritual (vg. "La Ópera") cuyo supuesto conocimiento los distingue.
    Los gritos y aplausos que recibió la última presentación de Norma en al teatro Avenida no fueron para la despareja soprano, fueron para el mismo público, que aplaudía su capacidad de disfrutar algo vedado a las mayorías. Saludos.

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  4. Aplausos que siempre me llamaron la atención son los de los pasajeros argentinos al aterrizar un avión, ante el estupor de los pasajeros de otras nacionalidades ("acaso esta gente esperaba que no llegáramos a tierra a salvo, tendrían algún dato que yo desconocía", se preguntarían).

    Y extensión de la lógica televisiva que también me llama la atención es la limitación del tiempo de exposición en las cámaras legislativas: diputado, tiene diez minutos, si no nos aburrimos. Una cosa es pararle el carro a los discurseadores compulsivos, otra es truncar una argumentación.

    Aunque pueda sonar a chiste, dado el agudo caso de anomia que padece la sociedad argentina (de "anomia boba", hablaba alguien), yo llamaría la atención también sobre los problemas que podría generar una excesiva rigidez, una excesiva presión por el cumplimiento de normas sociales, muchas de las cuales, incluso, a poco escarbar se revelan inútiles; demasiada rigidez, me parece, genera estancamiento y dogmatismo, y desaprovecha los potenciales beneficios creativos de la transgresión. Esto, por supuesto, hablando en términos sospechosamente generales.

    A mí, personalmente, los aplausos intermedios me perturban un necesario clima de percepción (al que a veces tardo en entrar, perdiéndome, pero ya por mi culpa, la primera parte del concierto).

    Finalmente, suscribo el agudo comentario de Galliano (y juro que lo hago porque me parece acertado, no por jactarme de pertenecer a un círculo distinguido!).

    Saludos.

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  5. Comparto la apreciación respecto de los aplausos como "perturbadores" de un clima de percepción que necesariamente exige un cierto nivel de atención. Lo que pasa es que si los aplausos son reemplazados por toses, estornudos, flemas y todo tipo de expectoraciones (como habitualmente ocurre con el público argentino) igualmente perturbadoras, prefiero que me perturbe una demostración de placer antes que una manifestación de una patología respiratoria. Por lo demás, ¡un aplauso para el blog, que cumplió un año!

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  6. De acuerdo, Gustavo. No quedó claro, pero quise decir que no desapruebo los aplausos, solo lamento que se produzcan en algunos casos, porque me molestan, pero obviamente mis caprichos no tienen por qué ser regla (conociéndome, recomendaría más bien que no lo fueran).
    Hasta que la obra termina, prefiero el mayor silencio posible, y recapitulando mi experiencia compruebo que he sabido aplaudir por la admiración de alguna actuación, he dejado de aplaudir por el aturdimiento provocado por alguna obra conmocionante, y he aplaudido breve pero rabiosamente en alguna actuación pésima, para que el trámite terminara lo más rápido posible.
    Qué revelan los aplausos, si es que algo revelan, acerca de la manera de encarar o concebir el hecho del concierto, o la audición de música en general, o de una obra de teatro, que para el caso es similar, no ya de un puñado de yuppies de la política, sino del público en general, o, acaso, "los" públicos: van a escuchar una obra para disfrutarla o para poder decir que la disfrutaron (o ambas cosas, pero cuál primero)?

    Me sumo a la celebración, y suscribo lo dicho por JF en la entrada correspondiente.

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  7. Cabe agregar que Macri TAMBIÉN se iba antes de que terminen los partidos cuándo era el presidente de Boca

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