miércoles, 9 de marzo de 2011
Estado de situación
El 2 de este mes, Clarín publicó un excelente reportaje al compositor Gerardo Gandini, realizado por Federico Monjeau. El artículo generó algunos debates en Facebook. Parte de la discusión se centró en la cuestión del título del artículo ("Es más fácil pensar en el ruido"), extracto de una frase donde el compositor fija su punto de vista en cuanto al uso de "prácticas extendidas" (uso no convencional de los instrumentos) por parte de los compositores más jóvenes. "...Es la ideología de Lachenmann (Helmut, compositor alemán nacido en 1935), de hace más de veinte años, y no creo que Lachenmann siga escribiendo así. Creo que de alguna forma es más fácil pensar en el ruido, en el efecto, que en la nota. Los tipos no piensan en notas, en sonidos. Es algo que yo no termino de entender. Hay algo que se me escapa en este asunto. Tal vez estoy viejo para estas cosas, o tal vez ellos se equivocan en algo. No puede ser que haya diez tipos y los diez usen lo mismo", decía allí Gandini. Más allá de la cuestión de cómo y quién titula en los diarios y de que en general se busca en esos casos, con mayor o menor fortuna, lo más espectacular, llamativo, extraño o revulsivo de la nota (y no lo más profundo, en todo caso), lo debatido se extendió a varios campos, dejando traslucir, en algunos casos, la disconformidad no con la nota en sí (un reportaje, en definitiva, es –o debería ser- una especie de retrato y mal podría serlo de otro que del reporteado) sino con Gandini, sus puntos de vista y, eventualmente, el hecho de que se lo reporteara. Tal vez no haya sido el centro de la tibia polémica suscitada pero creí entrever una cierta cuestión generacional y una crítica velada al hecho de que el gran protagonista de la "nueva" escena musical argentina sea alguien de 74 años, algo de lo que, obviamente, Gandini no tiene la culpa. Lo cierto es que sucede algo en lo que no se ha reflexionado demasiado y con respecto a lo cual los compositores jóvenes, aun cuando despotriquen en mesas de café o en su extensión virtual a través de blogs o redes sociales, no han fijado posiciones públicas. Cuando Gandini, Kröpfl o Etkin, por nombrar sólo a los más notorios, eran jóvenes, el Colón era un lugar que, aun con reacciones, estaba mucho más abierto que ahora a las nuevas tendencias. Todos ellos tenían ya una carrera entre los 30 y los 40 años, varios (Kagel, Tauriello) trabajaron como maestros internos en el teatro y otros (Gandini) desarrollaron un oficio como pianistas de orquestas. Hoy, el "compositor joven" es Marcelo Delgado, de 55 años, una edad que en las décadas de 1960 y 1970 era la de los maestros consagrados. La cuestión no es privativa de la música. Cuando Oscar Aráiz fue llamado para dirigir el Ballet Contemporáneo del San Martín tenía alrededor de 30 años y fue, posiblemente, la última vez en que esa compañía fue conducida por alguien de menos de 50 o 60 (él mismo más adelante y algunos de los integrantes de aquel cuerpo originario, Wainrot, Stekelman, turnándose en el puesto). No debería pasar desapercibido que cuando Macri intentó nombrar a un impresentable titiritero como ministro de cultura y, sobre todo, cuando éste habló en contra de las tendencias más actuales de la plástica, los pintores y galeristas, con el diario La Nación como plataforma, pusieron el grito en el cielo e impidieron el nombramiento. Y que cuando Sanguinetti, el director del Colón elegido por el actual Jefe de Gobierno, dijo que en ese teatro debía haber "música linda" y ejemplificó la "música fea", sin tapujos, con una composición de Pompeyo Camps, nadie, absolutamente nadie, dijo absolutamente nada. Tampoco se dijo –ni se dice– nada acerca de la carencia de encargos a compositores menores de 40 –a los mayores tampoco, en realidad– ni al hecho de que la actual gestión a cargo del Colón haya nombrado como "compositor residente" a Mario Perusso. Quizá, sólo quizás, escribir ruidos sea la única manera de esperar que una obra sea tocada, cuando ni las orquestas ni los teatros oficiales (los únicos que existen) tienen a la música argentina en cuenta. O, tal vez, el ruido sea, también en esta ocasión, una forma de escapar del silencio.
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Publicado por
diego fischerman
en
10:58
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splash kauóm prácate: chacabúm.
ResponderEliminar¡....!