Los anillos sellan compromisos. No en este caso. La bisnieta de Richard Wagner, Katharina, actual directora del Festival de Bayreuth y puestista de la adaptación de la Tetralogía que el Colón estrenaría el próximo 27 de noviembre (y por la que ya cobró la tercera parte de su contrato por más de un millón de pesos), renunció sin haber ensayado, se volvió a Alemania para hacer un festival patrocinado por la firma Audi y echó la culpa al Colón, aduciendo condiciones de trabajo indeseables. El periódico
Página/12 dio a conocer la partida de la directora en
una nota publicada el viernes 19 y al día siguiente, en sendas entrevistas a
Clarín y
La Nación, el director del Colón, Pedro Pablo García Caffi, aseguró no tener noticias de que la Wagner se hubiera ido, o de que no volvería. Dijo, también, no tener un
Plan B en tanto no daba al
A como fracasado. Y aseguró que la reducción de cuatro funciones, previstas inicialmente, no se debía a la venta de entradas insuficiente sino al pedido del Gobierno de la Ciudad en el sentido de que se recortaran gastos. En cada uno de estos puntos contestaba, sin nombrarlo, al artículo de
Página/12 –cuyos intentos por contactarlo chocaron con la falta de respuesta de la oficina de prensa del teatro–. Resulta extraño que el director de un teatro no sepa que se suspendieron los ensayos de una obra próxima a estrenarse, por ausencia de su directora de escena, o que, de saberlo, no confiera gravedad a este hecho y se quede, sencillamente, esperando que vuelva. Resulta contradictorio, en todo caso, con los memos en inglés recibidos por los solistas contratados, donde se les informaba que la nueva directora de escena sería Valentina Carrasco, tal como adelantó
Página/12. Y tampoco se sostiene el argumento de la reducción de costos, en tanto la suspensión de funciones implica un ahorro sólo si no hay entradas vendidas. Pero, eventualmente, y más allá de las versiones que, más tarde o más temprano los hechos confirmarán o desmentirán, conviene hacer un poco de historia para comprender mejor las dimensiones del entuerto.
Wagner compuso una saga de cuatro óperas, cuyo nombre general es
El anillo del nibelungo. La integran un prólogo (
El oro del Rhin) y tres jornadas (
La walquiria,
Siegfried y
La caída de los dioses). Suele representársela en cuatro días separados, a veces consecutivos, cuando las condiciones de producción lo permiten (por ejemplo en el Festival de Bayreuth) y en ocasiones en distintas temporadas. El Teatro Argentino de La Plata, por ejemplo, pensó representarla a lo largo de dos años, abriendo y cerrando sus temporadas de 2012 y 2013 con cada una de sus partes. Comenzó según los planes, abriendo su programación de este año con
El oro del Rhin, pero la situación financiera de la Provincia de Buenos Aires obligó a cambiarlos. Aunque todavía no hubo un anuncio oficial, la página web del teatro muestra la palabra "cancelada" junto a
La walquiria y ésta subiría a escena el año próximo. El Teatro Colón, con una importante tradición wagneriana a cuestas, decidió, en cambio, apostar a una novedad.
Se ignora de quién fue la idea. Lo cierto es que en ella hubo, inicialmente, varios implicados: García Caffi, Cecilia Scalisi, una ex diplomática consorte devenida periodista, que aparece como coordinadora general del proyecto, y Katharina Wagner. Y, también, el pianista Cord Garben, que fue quien realizó una versión reducida de la
Tetralogía, de manera que pudiera representarse en un solo día. La reducción, bautizada
Colón-Ring, se presentó con bombos y platillos en una conferencia de prensa por cuya organización Cecilia Scalisi cobró, en 2011, 21.000 pesos. También sumó contratos por preproducción artística y otros rubros, redondeando una cifra cercana a los 100.000 pesos, lo que no le impidió hacer el papel de periodista neutral y publicar en la
Revista La Nación una entrevista exegética a Katharina Wagner (que puede leerse
aquí). En aquella conferencia, Garben, en una explicación bastante desafortunada, aseguró: "La obra de Wagner tiene dos pilares, la acción y la filosofía. Nosotros sacamos la filosofía". La duración, las repeticiones, el devenir, como un río, no es, en
El anillo del nibelungo, una
consecuencia de la incapacidad como libretista del compositor sino parte
esencial de su estética. No se trata, como en óperas de Donizetti,
Bellini o Rossini, de argumentos intercambiables y de obras casi
modulares donde podían sacarse, agregarse o cambiarse piezas sin que
nadie -mucho menos los autores– se consideraran traicionados. Wagner,
precisamente, pensaba la ópera como otra cosa y, explícitamente, su
concepción se oponía a esa clase de espectáculo. Cortar obras nunca es defendible, desde el punto de vista artístico, aunque puede llegar a ser necesario, debido a condiciones particulares. Es decir, a nadie le parecería mal que una compañía ambulante, con una orquesta incompleta y los papeles repartidos entre tres cantantes otoñales, llevara una adaptación de la
Tetralogía, o de cualquier otra cosa, a un frente de batalla, un hospital de campaña o un cotolengo enclavado en la selva amazónica. Pero, demás está decirlo, no es el caso. No hay mingún motivo por el cual esta adaptación sería necesaria para un teatro como el Colón, con entradas, además, que llegan a un precio de 3000 pesos para las plateas. No se trata de llevar la obra de Wagner (o un anticipo o resumen de la misma) a públicos nuevos ni desfavorecidos. Podrá decirse que un proyecto como éste no puede criticarse antes de ser visto y oído, pero es un argumento falaz en tanto lo que se critica no es la posible belleza del resultado sino la ilegitimidad del intento. Agravada, además, por el hecho de que el Colón es un teatro oficial. Es posible que los cuadros de El Greco quedaran más lindos con unas pinceladas rojas aquí y allá, pero hacerlo sería ilegítimo. Y mucho más si el gestor de tal barbarie fuera el Museo del Prado. Se esgrimió como argumento de legitimación, también, el parentesco de la puestista con el compositor, como si el apellido (o la sangre, esa antigüedad tan desprestigiada por miles de parricidios y filicidios a lo largo de la historia) significara algo. Basta imaginarse un bismieto drogón de Modigliani opinando que los cuellos de sus retratos son demasiado largos, como para relevarme de cualquier explicación mayor. Hasta aquí las cuestiones estéticas, que prueban que esta adaptación no era ni necesaria, ni deseable, ni legítima. Vayamos entonces a las otras. Podría tratarse, por ejemplo, de un gran negocio. Y tal vez una comedia musical de unas dos horas de duración, que tomara el argumento central de
La tetralogía y sus temas musicales más destacados, lo sería. Traicionaría a Wagner, es cierto, pero ofrecería algo a cambio. La adaptación propuesta dura, en cambio, siete horas. Mucho para los que detestan a Wagner –o para los que aún no lo han descubierto– y muy poco para los que lo aman. La magra venta de entradas, los altísimos costos, solventados con fondos públicos, y las fracasadas gestiones para interesar a otros teatros en el montaje de esta producción, la convierten entonces, también, en un pésimo negocio. Sencillamente, un error.