jueves, 31 de diciembre de 2009

El corte y la quebrada



















Kafka creó a sus precursores, escribió Borges. Y los artistas crean su propio pasado. Se leen los primeros libros, los apuntes incompletos; se escuchan las obras tempranas, con la luz que arroja sobre ellos la producción madura. Pero el caso de Piazzolla no se parece a nada. Sus piezas escritas para orquestas de tango (la suya u otras) en los cuarenta –principalmente "Villeguita"– y en los cincuenta –"Para lucirse", "Lo que vendrá", "Prepárense", "Triunfal", "Contratiempo"– más allá de que contengan mucho de lo que aparecería una década después, son absolutamente autosuficientes. Alcanzarían para que el bandoneonista ocupara un lugar de privilegio entre los compositores del género. Pero el 55, sus grabaciones parisinas (y los ecos de su meneada escena con Boulanger) y su posterior regreso a Buenos Aires significaron un quiebre. Piazolla comenzó otra vida. No compuso más para orquestas de tango y su producción se repartió entre las cuerdas con bandoneón y piano concertantes y el modernista octeto que cambiaría para siempre el signo de la música de Buenos Aires. Un álbum doble, en el que colaboré con la selección y edición del material y con las notas incluidas, recoge todas esas grabaciones. El trabajo de restauración sonora, realizado por Diego Vila con la colaboración y vigilia de Roberto Sarfati, es absolutamente extraordinario. El álbum, Astor Piazzolla 1956-1957. Completo, incluye los dos discos del Octeto Buenos Aires, Tango progresivo, de 1956, y Tango Moderno, de 1957, los dos con orquesta de cuerdas (con Vardaro como solista), Jaime Gosis en piano y él mismo en bandoneón, Lo que vendrá, editado en Uruguay, y Tango en Hi-Fi, más los tres discos de 78 rpm publicados en esos años por TK y por Odeón.  Podría ser que me entusiasmara sólo porque participé en él pero en realidad es lo contrario: participé porque me entusiasmaba. 

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