sábado, 5 de diciembre de 2009

El principio








El viejo canónigo de Reims, de más de sesenta años –una edad a la que muy pocos llegaban en el siglo XIV–, se enamoró de una doncella de diecinueve llamada Péronne d’Armènieres. O eso es lo que el propio canónigo cuenta en “Le dit de la verité” (el dicho de la verdad). A lo largo de los 4000 versos de ese largo poema, en el que se alternan canciones, se refiere la historia de la dama Toute-Belle, admiradora de la música y la poesía de un hombre famoso, y de cómo el hombre famoso la sedujo enseñándole su arte. La obra, más allá de la verdad que anuncia su título, es un pretexto. Allí, Guillaume de Machaut efectivamente explica cómo escribir versos y cómo componer los más bellos motetes, rondeaux y ballades. Por esos años escribió también la Misa de Notre Dame, famosa por dos motivos. Uno de ellos es que se trata de la primera misa que se conserva en la que todos los movimientos del Ordinario (la parte de la misa que no cambia según las festividades de cada día y permanece inalterable todo el año) fueron compuestos polifónicamente, con unidad estilística y por una misma persona. El otro es la intrincadísima rítmica y el grado de disonancia que se escucha en muchos fragmentos. Un vanguardismo que no es otro, en realidad, que el del estilo de la época, llevado hasta sus últimas posibilidades por quien en esos días era considerado, sobre todo, como un gran poeta.

Durante años se pensó que esta misa había sido concebida en 1364 para la coronación de Carlos V de Francia, un gran coleccionista de camafeos, medallas y libros preciosamente ilustrados –tal vez el primero, junto a su hermano, Jean de Berry–, para quien Machaut ya había trabajado y a quien dedicó algunos de sus poemas bellamente iluminados. Hay pruebas, en cambio, de que se trató de una misa de conmemoración para un difunto. Y, tal como era habitual, la conmemoración se previó tanto como la herencia. La Misa fue ejecutada en la Catedral de Reims durante el entierro de Machaut, en 1377, en memoria suya y de su hermano, fallecido en 1372. Un monje copió la inscripción de la placa, hoy desaparecida, que estaba sobre sus tumbas: “Guillaume de Machaut y su hermano Jean yacen unidos en este lugar, como la copa y los labios. Este servicio en su memoria se realiza según sus deseos, cada sábado una plegaria por los fallecidos, por sus almas y las de sus amigos, entonada por un sacerdote que celebre devotamente, en el altar de la Gran Rueda, una misa que ha de ser cantada. A cuenta de su plegaria, con pía devoción por su memoria, hemos recibido dinero, trescientos florines, certificados como franceses, de sus ejecutores testamentarios, para pagar los gastos, para el pago de la misa, los salarios y la comida de quienes acudieran y fervientemente atendieran. Que el señor, que todo lo perdona, salve a estos dos hermanos”.

Era una época en la que no se escribía mucha polifonía. Las pestes y la guerra, en la que día tras día la anticuada caballería francesa debía enfrentarse –infructuosamente– con los largos y poderosos arcos de la infantería inglesa, hacía que fuera difícil conseguir cantantes aptos y más difícil aún pagarlos. Y cuando se escribía a varias voces (en general obras cortas o movimientos sueltos de las misas) era a tres, como en la anónima Misa de Tournai. Allí los distintos movimientos del Ordinario provienen de distintas fuentes y el parecido entre su Credo y el de la Misa de Notre Dame la señalan como posible antecedente de la composición de Machaut. Lo cierto es que este autor, que hasta el momento casi no había escrito obras religiosas, concibió la primera cumbre del arte polifónico para una ocasión verdaderamente especial: su propia muerte.        

Los movimientos escritos por él fueron el Kirie, el Sanctus, Agnus Dei, Ite missa est y el Amen del Credo. La acumulación de disonancias y la complejidad del ritmo podrían hacerr pensar que Machaut no sabía lo que hacía o, simplemente (y como se sostuvo durante mucho tiempo) que en la Edad Media se oía horizontalmente (voz por voz) y no se tenía una sensibilidad vertical y armónica (aquello que sucedía al coincidir unos sonidos con otros). Dos elementos lo desmienten: el uso de isorritmia y hoquetus –los recursos principales de la obra– eran convencionales –aunque nunca con tal intensidad y maestría– en la época y, por otra parte, el análisis demuestra un minucioso plan armónico, acorde por acorde, en el que las disonancias fueron agregándose para aumentar el efecto dramático de determinados pasajes. La isorritmia consistía en la repetición de motivos rítmicos o melódicos dentro del desarrollo estructural de una pieza, en general sobre la voz del tenor, y el hoquetus (literalmente hipo) era lo que se producía por la sucesión de sonidos cortos y silencios. La combinación de ambos, sumada a la disonancia de la mayoría de los acordes, hace que el sonido de la Misa de Notre Dame se acerque mucho a muchas obras del siglo XX. Y es que de hecho, con la aparición de necesidades expresivas que requerían una mayor claridad en la discriminación entre canto principal y acompañamiento y de estéticas en que la simetría de las frases y la cuadratura eran fundamentales para la comprensión de las tensiones y distensiones de los distintos acordes, tal grado de riqueza rítmica terminaría desapareciendo de la escena musical hasta la irrupción de Stravinsky por un lado y del jazz por el otro. La Misa de Notre Dame no es la única obra genial de la Edad Media, tal vez no sea la primera e, incluso, dentro de la propia producción de Machaut hay piezas, como la monumental “Remede de fortune” (en realidad un conjunto de piezas) o chansons como “Tant doucement”, “En arner a douze vie”, “De toutes flours” o “Liement me depart, capaces de rivalizar con ella en belleza. Pero allí se fundan, para el imaginario occidental, las que constituyen las dos columnas centrales de su andamiaje musical: la posibilidad de varias voces simultáneas haciendo cosas distintas (la polifonía) y la idea de complejidad asociada indisolublemente a la de valor.

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