Dinu Lipatti
Documentado con precisión desde el comienzo de la grabación del sonido pero seguramente muy anterior, el ideal de la versión ideal es parte de lo que alimenta el mercado de la música clásica. Es obvio: si esa versión
ideal existiera –o fuera tan solo posible– no sólo dejaría de ser un ideal sino que clausuraría de inmediato la posibilidad de cualquier otra versión posterior. Lo que sí existen son versiones amadas –o preferidas, sin llegar tan lejos– donde a veces no es todo sino algo –como esa persona que nos fascina por una manera de inclinar la cabeza– lo que hace que la elijamos. La gran pregunta es, por supuesto, si seguiríamos eligiéndola en una escucha a ciegas, en la que no supiéramos nada ajeno al sonido. Es posible que en muchos casos sí. Es difícil que un aria de Verdi por Leontyne Price, las
Piezas de Petrushka de Stravinsky por Pollini, la
Sonata de Franck por Ostrakh y Richter o el Chopin de Dinu Lipatti no produzcan nada, por sí mismos y sin necesidad de ningún saber acerca de esos intérpretes. Sí, desde ya, se pone en juego ese saber que hace que se disfrute con esa clase de música, que es distinto del necesario para disfrutar otras músicas y que, como explica
Nicholas Cook, es un saber no académico, aunque pueda completarse con saberes académicos. De todas maneras, ¿es cierto que la música es sólo sonido? ¿Cuánto de nuestra escucha de Glenn Gould se informa con la leyenda de Gould como personaje? Para ir a Gould y citándolo muy libremente, porque no recuerdo ni la fuente ni las palabras exactas, la interpretación de una pieza en estilo mozartiano, recién descubierta, sería escuchada de muy diferentes maneras según fuera efectivamente de Mozart, de un compositor menor de esa época, de un autor de la época de Frescobaldi –un visionario, un genio, un loco– o de un autor contemporáneo –un tonto de capirote o, tal vez, un posmoderno–. Las guías Penguin, Gramophone, y algún viejo libro argentino más bien inútil, seducen con sus propuestas de discotecas perfectas. La perfección, ya se sabe no existe. Los enamoramientos, sí.
Coincido en gran parte con lo que decís. Muchas veces el entorno de conocimiento ayuda pero a veces creo que la música empieza cuando usar las palabras ya no tiene sentido. Idea que tomo de Pascal Quignard.
ResponderEliminarPor ejemplo, de muy joven me gustaban las interpretaciones de Vivaldi de I Musici. Después vino la corriente historicista y las aborrecí encandilado por el sonido de las cuerdas de tripa.
Pero Fabio Biondi iluminó a Vivaldi con algo más que el historicismo, su italianidad desbordante de energía.
Algo parecido me pasa con las versiones del grupo francés L'Arpegiatta.
Pero hace treinta años estaba muy bien consideradas las versiones de Karajan de Bach con piano y la totalidad de sus cuerdas.
Ahora nos gusta la versión de Joshua Rifkin de una sola voz por cuerda !
Lo que no quita que las versiones de MEnuhin sigan siendo las más musicales.
Entonces nos quedamos con la musicalidad independientemente del contexto o buscamos también la plausibilidad histórica.
Con cuántos músicos hay que hacer una sinfonía tardía de Mozart, con 20 o con 80 ?
Pero estoy hablando de interpretación y debería hablar de gusto estético musical. El contexto ayuda pero es un arma de doble filo, cuántos estudiantes avanzados de armonía ven en un coral sólo la progresión armónica como números o se obsesionan con los madrigalismos de Gesualdo.
El tema me confunde porque mi parte racional está a favor de la adquisición de contexto pero mi parte emocional se apega a la teoría barroca de los "affetti" (si me "mueve" vale, si no no).
ME voy a escuchar los quintetos con viola de Mozart a ver si se me ocurre algo más.