El estilo. Una necesidad, una prueba de buen gusto, cuando se trata de la tradición recibida en los conservatorios hasta 1960 (en la Argentina hasta bastante después). Un parámetro de buen criterio en el terreno del rubato chopiniano o del vibrato verdiano. Y, según algunos, un acto de museísmo, de frialdad o antimusicalidad a secas cuando se trata de aquello que empezó a saberse sobre las músicas anteriores al siglo XIX después de las grabaciones de I Musici y de la literaria aproximación de Glenn Gould a la música para teclado de Johann Sebastian Bach. Por suerte, nombres como los de Jacobs, Gardiner, McCreesh o Pinnock ya no son considerados por nadie (o casi nadie) como aventureros o simples comerciantes. Nadie medianamente informado sería capaz de negar los méritos interpretativos de cualquiera de ellos y muchas de sus versiones hoy forman parte del canon. Bach, sin embargo, con esa suerte de doble inserción en el universo de su época y en el mundo "absoluto" resiste en el imaginario de muchos melómanos. El clave y el órgano, el cello y el violín barroco están muy bien para Telemann, Vivaldi y hasta para Händel. Pero para las alturas de pureza inmarcesible de las
Goldberg, de las
Suites para cello o las
Partitas y sonatas para violín, se requieren otros instrumentos y, desde ya, otros instrumentistas. Argerich, Yo-Yo Ma o Kremer vendrían, en este caso, a corregir las carencias de interpretaciones históricamente informadas pero carentes de la altura que merecen obras tan cercanas al cielo de la abstracción. Nada más lejos de la realidad. No porque Argerich y su increíble versión de la
Partita No. 2 en Do Menor, o las impecables y exactas
Suites de Yo-Yo Ma sean desechables, que no lo son, sino porque algunas versiones históricamente informadas no sólo no tien
en nada que envidiarles en relación con la calidad interpretativa sino que tienen un pequeño plus en cuanto a su posibilidad de restituir una cierta tensión "original" entre lenguaje y materiales. En particular en las
Sonatas y Partitas para violín, en donde subyace una tirantez entre los modelos ligeros y mundanos de las danzas "de moda" y lo que sobre ellos se estructura, el violín y el arco barrocos, las cuerdas de tripa y, sobre todo, el conocimiento de la retórica de la época y de los fraseos de las danzas permite una complejidad de abordaje que, paradójicamente, las versiones más
trascendentalistas tienen muchas más dificultades para lograr. Entre las distintas grabaciones (Kuijken, Podger) elijo la de John Holloway para ECM. Este violinista, profesor de la Guildhall School of Music and Drama y de la Schola Cantorum Basiliensis logra con un instrumento Gagliano de 1760, grabado en el monasterio de St. Gerold, en Austria, una de las mejores interpretaciones imaginables. Con un fraseo que nunca pierde de vista la danza (como fondo contra el que se proyecta la figura de la estilización), afinación certera, claridad excepcional para las falsas polifonías y para separar las ilusorias distintas voces, Holloway, que también grabó para ese sello versiones de referencia de música de Biber, Veracini y Leclair, consigue acercarse al absoluto sin renunciar –al contrario, afirmándose allí– a lo contextual: el estilo.
Che, corrí a comprar el disco a Zival's en Palermo viejo y me dijeron que estaba agotado, que se había vendido como pan caliente.
ResponderEliminarSerá que tu blog influye en el mercado de cd's clásicos ?
Y, por lo pronto sabemos que una persona fue a comprar el disco.
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