viernes, 31 de julio de 2009

Tensiones


El Fryderyk Chopin Institute acaba de editar un disco en el que Nelson Goerner toca las Baladas y algunos de los Nocturnos (Op. 48 No. 2, Op. 27 No. 1 y No. 2) de Chopin. La grabación fue realizada en un piano Pleyel de 1848, en el Estudio de Concierto Witold Lutosławski de Radio Polonia, en Varsovia. La revista francesa Diapason, que premia al disco con su codiciado Diapason d'Or de este mes, señala en su reseña: "El pianista argentino no solamente ofrece los primeros registros de Chopin en un piano de época totalmente convincentes sino, sobre todo, una versión de antología de las Baladas". Antes, otros como Alexei Lubimov e, incluso, Emanuel Ax, se atrevieron con instrumentos históricos –en ambos casos con pianos Érard–. Es obvio que nadie en su sano juicio –y yo tampoco– sería capaz de asegurar que ésta es la única –o incluso la mejor– manera de interpretar a Chopin. Y, tal como señala Diapason, no es un dato menor quién es el que toca el instrumento. Pero hay algo que me interesa en particular y es el cambio de criterios de valoración de los instrumentos según la época y su posible incidencia en el estilo de los compositores. Se sabe por sus cartas, por ejemplo, que a Chopin le gustaban especialmente los pianos en que la tímbrica y el espesor del sonido del registro grave se diferenciaba claramente del registro agudo. Hoy, un buen instrumento es el que logra una mayor homogeneidad. Pero no era así para Chopin y uno podría pensar, escuchando un piano "bueno" para el gusto de Chopin (como el Pleyel que utiliza Goerner) que la idea de tensión (entre sujeción rítmica y libertad, entre acorde y disonancia) que subyace en toda su música es también una idea de tensión entre timbres y registros.

1 comentario:

  1. La diferencia tímbrica entre los registros acentúa la separación entre los estratos que, para ese entonces, se mantenían unidos por la lógica del sistema tonal. Entre muchos ejemplos, me acuerdo ahora del Preludio 3 en sol mayor de los 24 Preludios. La mano izquierda vuela vertiginosamente en semicorcheas, mientras la mano derecha canta displicentemente una línea que se mueve cada cuatro tiempos. En la versión de Martha Argerich, sin esos pianos, ella consigue el efecto de "disociación": pareciera que tocan dos personas y no una. La idea de estratos superpuestos pero no regidos por una misma lógica tonal recién va a ser posible 70 años más tarde, empezando por los experimentos de Charles Ives.

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