Podría haberse tratado de Marco Polo llegando de Catay con las manos llenas de exóticas novedades. O, más bien, del jefe de un lejano territorio homenajeando a sus anfitriones con un fantástico adminículo utilizado, allende mares y montañas, para hacer sonar extrañas e intrigantes músicas nativas. Pero no, fue Macri que cruzó la calle y le llevó a Cristina Kirchner un bandoneón (en realidad un porta CDs que lo remedaba). La escena es absurda por muchos motivos. La presidente, ante tan impensado obsequio, ¿lo colocará junto a otros presentes realizados por jefes de estado, un samovar tal vez, una seda oriental, quizás una máscara ritual de alguna ignota tribu neocelandesa? ¿La presidente agradecerá al gobernante invitado con un mate? ¿Con un ponchito de alpaca? ¿Con una caja de alfajores Havanna? Por otra parte, ¿sabrá Macri para que se usa el bandoneón? ¿Cuántos discos de tango tendrá? ¿Cuántos compositores y grandes intérpretes del género conocerá? ¿No sería mejor que le hubiera llevado la capa y la corona de Queen, al fin y al cabo objetos mucho más cercanos, aunque por motivos diferentes en cada caso, al espíritu de ambos?
Yo pensé lo mismo cuando vi la foto... ¡Qué chambón! Es como ir a visitar a Lugo y llevarle una bolsa de naranjas y una prueba de ADN. Ridículo.
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