La avenida más larga y la más ancha. Y, también, el clima más inclemente. Tiemble Verkojhansk. Los verdaderos extremos son argentinos. Y si la temperatura no baja de 0 grados no importa, para eso existe la sensación térmica y los medios de comunicación asegurando, como ayer, que en Bahía Blanca habían hecho "dieciseis grados bajo cero". La realidad era, por supuesto, otra: cuatro décimas sobre cero. Claro, con un fuerte viento. Y allí aparecen los que dicen que es cierto, que cuando hay viento el frío parece más frío, que en Buenos Aires el calor es insoportable (aunque sea mucho menor que en ciudades incluso civilizdas como Nueva York o Madrid) y que la humedad empeora todo (esa teoría, en realidad, es londinense, incluyendo la famosa frase referida a que es ella –la humedad y no la frase–la que mata). Y sí, el viento aumenta la sensación de frío. Por eso también se lo mide. De la misma manera en que se tiene en cuenta si llueve o no, y en que cada particular sabrá si tiene buena ropa de abrigo, si está bien o mal alimentado y, por qué no, si está deprimido, lo que, indudablemente, exagera cualquier sensación desagradable que ande cerca. También es cierto que un departamento de 50 metros cuadrados se ve muy distinto según sea luminoso u oscuro. Por no entrar en los célebres 20 cm que algunos pregonan sin relación estrecha (aunque, finalmente, también de estrechez se trate) con la realidad tangible. Es decir, la función de las medidas es ser universales, inamovibles y, por supuesto, insensibles. No deben tener en cuenta las sensaciones. Uno tiene que poder saber cuánto son tres metros, independientemente de cualquier otra variable que aumente o disminuya su percepción, y esos tres metros deben ser los mismos que en 1914 e iguales en el barrio de Caballito que en el Marais. O sea, medir la sensación térmica es tan absurdo como mensurar la sensación longitudinal o la sensación volumétrica (aunque, claramente, un litro de vodka se sienta distinto que uno de leche hervida con nata, mucho más intolerable pero, tal vez, menos dañino). Aun así, si se deseara medirla, y se estableciera una relación entre temperatura y velocidad del viento, por ejemplo, jamás debería contabilizarse en grados, una medida que ya existía para otra cosa (la temperatura). Es obviamente incorrecto desestimar una medida (los grados), que aparentemente no medirían lo que deben y serían una forma incompleta y antigua de medida y, al mismo tiempo, utilizarla. La consecuencia es evidente. Si un día de 5 grados no es un día de 5 grados; si decir que hacen 5 grados no significa nada (o significa poco e incompleto), ¿qué quiere decir que hay una sensación térmica de 5 grados? Dicho de otra manera, si el día en que hacen 5 grados parece que hicieran 2, uno debería preguntarse: sí, 2 grados, pero ¿con qué sensación térmica? Podría haber habido, aquel hipotético día de 2 grados al que el día de 5 grados se asemeja, una sensación térmica de 5 grados. Pero de un día de 5 grados con sensación térmica de 2. Y así sucesivamente. O no. Para decirlo de manera aún más llana: si la sensación térmica viene a decir que nada quiere decir la temperatura, ¿qué quiere decir que haya una sensación térmica de una determinada cantidad de grados? Por favor, que se vayan a andar en trineo por la calle San Astiz (de Bahía Blanca).
Claro, y después es Moreno el que daña la credibilidad de los índices. Los medios se han convertido en maestros de la sospecha meteorológica. Buenos Aires ha resultado más gélida que Helsinki, por elegir una ciudad al azar. Nada es lo que parece, y nos lo recuerdan cada cinco minutos. Tengan frío. Tengan mucho frío.
ResponderEliminar¿De dónde sacaste que Nueva York o Madrid son ciudades civilizadas?
ResponderEliminarSi una sola prueba alcanzara para medir la civilización, sería la falta de mención (o eventualmente la mención secundaria o incluso desganada) de la sensación térmica.
ResponderEliminarEntiendo que hay peores cosas que la sensación térmica. En Nueva York, por ejemplo, el trato que se le suele dar a los niños, en mi modesta opinión, espantoso, sólo superado por la insuperable París; en España, los infinitivos usados a modo de imperativo en los subterráneos (ej. "Dejar salir"), lo que nos retrotrae inmediatamente al gato Jinx y sus repetidos "Os mataré, roedore" (así, sin "s" final). En síntesis, no veo por qué la diatriba contra la pobre sensación térmica que, en suma, no es tanto más irreal que el índice Dow Jones o, para volver a Madrid, el progresivo aumento de la horchata de chufa. Yo, en todo caso, creo que es más interesante agarrársela contra el "riesgo país" u otras variantes económicas por el estilo antes que con el frío o el calor, cuya evidencia, más allá de los termómetros, me resulta suficiente.
ResponderEliminarQue "te resulte" eficiente es una prueba más de su inoperancia como medida. Yo no digo que sea una medida inútil o que no "resulte" (o que no parezca o que no de "sensación" de estar hablando de una sensación; digo que no es una medida. Es decir: no está bien formulada como tal. El Dow Jones es inñútil para mí (y antipático sin duda) pero es una medida. Es decir tan objetiva como para no tener en cuenta las sensaciones. Y en última instancia, todo esto ya fue la semana pasada. Ahora, como la gripe, el dengue y el fracaso electoral de Michetti en Capital, ya pasó.
ResponderEliminarTérmica: atinente al termo, Por extensión, uruguaya o referida al Uruguay. Sensación térmica (expr. idiom.): uruguayidad del ser.
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