lunes, 6 de julio de 2009

Nuevo cuento con música


HIMNO PARA LOS LADRONES
por María Martoccia
(publicado originalmente en Revista Clásica)









La mujer que llegó manejando el remise que la llevaría al aeropuerto de Córdoba se cargó el bolso al hombro sin que Mariana se lo pidiera y, apenas entraron en el auto, (le) dijo:
-Así como me ve, hace un mes yo me estaba muriendo en el Hospital Militar... Dos tipos me robaron el coche y me metieron cinco balas... Tres en la cabeza... Y una entró a milímetros del bulbo raquídeo... Casi me lo destroza...
Mariana sonrió y miró por la ventanilla. En un segundo había desaparecido la fachada del hotel en donde había asistido el congreso y pasaban por una calle repleta de mueblerías, una al lado de la otra; un hombre ataba el cabezal de una cama a la toma de agua de la vereda y le colocaba un cartel que decía "En cuota sin intereses". La remisera se dio vuelta.
-¿Usted sabe las funciones que regula el bulbo raquídeo? Yo no las sabía, claro... Hasta que esos degenerados me metieron los plomos no lo sabía... Una aprende... Aunque sea a la fuerza... El bulbo raquídeo nos regula cuando masticamos... Si no me hubiera operado quien me operó, ahora tendría que comer todo a través de una sonda... Papillas, frutas licuadas y jugo de carne... Como un bebé...
Mariana se limpió las manos con una toalla de papel que sacó del bolso.
-Pero ahora se la ve bien... -la calle de las mueblerías terminaba en una esquina en donde se remataban tablas de planchar.
-Fue una suerte con desgracia... Caí en el Hospital Militar porque estaba cerca y me tuvieron que operar allí mismo... No pudieron derivarme... Me operó un cirujano que es mayor del Ejército... Un capo... Durante la Guerra de las Malvinas me contaron que operó a cinco aviadores en un tiempo récord...
Mariana bajó la ventanilla y volvió a levantarla porque entró una ráfaga caliente que le hizo sentir las fosas nasales como una nueva parte de la cara.
-Cuando el de arriba decide que no tiene que ser, no es -continuó explicando la remisera-. Yo siempre digo, después de esto, me voy a morir de una gripe...
La toalla de papel le había dejado un perfume distinto al acostumbrado y Mariana sacó el paquete del bolso para comprobar si había comprado la marca de siempre.
-Mejor cambiemos de tema... -la remisera desvió por una calle lateral-. A la parca hay que nombrarla poco. Usted debe ser profesional, ¿no?
Habían parado en un semáforo y se acercó un hombre con una caja de turrones. Mariana le hizo un gesto con la mano para que se fuera.
-Soy psicóloga empresarial -dijo-. Trabajo en una fábrica de alimentos en lata. Por eso vine al congreso de ....
-¿Vio?... Yo me di cuenta que usted tenía estudios. Salí... - gritó la
remisera-. Salí de acá que esos turrones son robados... Te creés que no sé de dónde los sacan... Me revienta que se hagan las víctimas... Son todos unos ladrones... Todos los que venden en los semáforos se dedican a desarmar coches que roban y venden los respuestos... Sí... Hasta las mujeres ayudan. ¿Ve esa embarazada que cruza por allá?... Sí, tengo una vista de lince... Quizás usted no la vea... Si me hubieran destrozado el bulbo, igual hubiera quedado con buena vista... Comiendo por una sonda pero con buena vista... Le decía, seguro que esa mujer es chorra. Mire... Mire esa 4 x 4, ¿de dónde se cree que la sacaron? En ese barrio todos tienen televisores y lavarropas automáticos... Yo hace tres meses que trabajo para ver si me compro una heladera nueva y estos degenerados consiguen las cosas en unos minutos...
Mariana inclinó el cuello y respiró hondo, como hacía en la clase de yoga.
-Disculpe... Me decía que era psicóloga de ...- la remisera había bajado el tono de voz-. ¿Y qué hace en una fábrica de comida en lata?
-Asesoro al personal. La idea es que los empleados...
-Sí, claro. No van a ser a las latas, ¿no? No sabía que existía eso...
Las cosas que una no sabe... Bueno, saber... Saber es mucho, ¿no? Usted no sabía qué funciones regula el bulbo raquídeo y yo se las conté...
Mariana se echó para atrás y cerró los ojos: enseguida se le apareció la imagen del contador Mendizábal probándose los aros que le iba a regalar a su mujer. De rodocrocita. Abrió los ojos. Ahora cruzaban delante de un campo con girasoles y en el fondo, recortado en el cielo, se veía un molino con un tanque australiano. Se quedó con la vista fija en esas flores grandes que se vencían por el peso de tantas semillas y, cuando dejaron de verse, sintió pena. Como si los girasoles representaran algo que cada vez se encontraba menos.
-¿Sabe cómo ahuyento a esos cretinos? -escuchó que le preguntaba la remisera.
-¿Qué?
-Digo. Si no le molesta. Estoy buscando el casete pero no lo encuentro. Un remisero de Las Rosas me lo enseñó. Y la verdad que funciona. Pongo el Himno Nacional... Ni se me acercan. Vaya a saber lo que creen...
-¿A quiénes? ¿Qué? -Mariana se sentía confundida; por un momento, creyó que estaba todavía en el congreso. .
-Usted se quedó dormida. Bueno, no creo que haya dormido... Dormitó, como se dice...y se perdió a otro chorro que quería vendernos unos relojes... Como si yo no supiera de dónde vienen... Pero para que no nos molesten más, voy a poner el Himno... Si lo encuentro...Tengo tanta basura aquí.
Mariana se repuso y recordó vagamente la cara del hombre que le vendía turrones.
-Bueno, no serán tantos...
-No crea. De aquí al aeropuerto hay como siete semáforos más y yo quiero tener el casete a mano... Si usted viera lo útil que es...-de la guantera la remisera había sacado una linterna desarmada, una soga y decenas de papeles de caramelos que crujían con el aire caliente que entraba por una de las ventanillas. Pasaban delante de una fábrica cerrada en donde un hombre arreglaba un alambrado.
La remisera seguía buscando.
-Aquí está- dijo-. ¿Le importa que empiece por el medio?
Mariana se encogió de hombros.
Cuando la remisera esquivaba en la ruta un cachorro, empezaron a sonar las estrofas del Himno: "A su marcha todo hace temblar/ Se conmueven del Inca las tumbas/Y en su huesos revive el ardor"
-La gente es una mierda -continuó diciendo la remisera-. Tiran a los animales como si fueran paquetes de basura... En el barrio en donde yo vivo, hasta hace dos años, había jaurías de perros y gatos esqueléticos por todas partes...
Mariana se incorporó. Se le había pasado el sueño. Además, el perfume nuevo de la toalla de papel le daba dolor de cabeza. Parecía mentolado.
-Una vecina y yo organizamos campañas de vacunación y castramos a cientos de gatas... -explicó la remisera-. Ahora no hay una sola bolsa de basura rota ni se ven tantos...
-¿Siempre hay que castrarlas? -preguntó Mariana.
La remisera se sorprendió de que la pasajera (le) hablara y miró por el espejo. A la izquierda, se veía un campo muy verde en donde había un tractor arando y un cartel que anunciaba un casino que estaba a nivel de los mejores del mundo. Los pájaros que seguían el tractor se paraban de tanto en tanto en el cartel, sobre los premios del casino: un auto deportivo, una lancha y el escote de una señorita que tenía un desproporcionado collar de diamantes.
-Se puede darles pastillas -reflexionó la remisera-. Pero nuestra sociedad no puede comprar cientos de pastillas para todos los animales que andan sueltos, no nos da el presupuesto, tenemos tantas cosas que hacer y ¿quién lleva el registro...
-No. No. Quiero decir... ¿No hay manera de dejarlos tranquilos y que tengan sus crías?... -interrumpió Mariana. La cinta del himno se atrancó y repitió dos veces la misma estrofa: "¡No los véis sobre Méjico y Quito/ arrojarse con saña tenaz/ y cual lloran bañados en sangre/Potosí, Cochabamba y La Paz!/¡No los véis sobre el triste Caracas/Luto y llantos y muerte esparcir!/¡No los véis devorando cual fieras/Todo pueblo que logran rendir!"
La remisera extendió el brazo sobre el respaldo y continuó manejando con una sola mano. Al costado de la ruta, una fila de nenes se tiraba a una pileta. Algunos de cabeza, otros un panzaso.
-Poder se puede, pero se llena de perros hambrientos y enfermedades -dijo-. Además, si yo fuera perra no me gustaría tener decenas de hijos. ¿A usted sí?
Mariana, aunque era un disparate, pensó: "Si fuera perra no hubiera visto a Mendizábal con los aros que le va a regalar a su mujer". Hacía calor.
-No, no me gustaría -dijo, en voz baja, tan baja que sólo ella supo que le había contestado.
-¿Le importa que entremos en un aserradero? -preguntó bruscamente la remisera.
-¡¿Ahora?! -Mariana se adelantó y apoyó los codos sobre las rodillas.
-Es sólo un minuto... Es una buena obra. Dele...
Mariana frunció la cara y miró desorientada, como si dentro del auto hubiera algún lugar adonde escaparse.
La remisera insistió:
-Si entramos al aserradero le descuento cinco pesos.
Mariana sonrió. Le gustaba ahorrar.
-Quiero entrar al aserradero para formular una denuncia- expresó la remisera. Es para la sociedad que yo le contaba... No sólo nos ocupamos de los animales... Cualquier cosa que atente con la naturaleza... Si no nos vamos a quedar sin mundo ¿no le parece?
Mariana miró por la ventana, la amenaza de que desmanetalaran el mundo que veía no le pareció tan grave.
-La sociedad con ésta son quince las denuncias que ya metió en la municipalidad de Córdoba. Si Dios nos ayuda, a fin de año duplicamos.... -explicó y, sin que Mariana tuviera tiempo de dar su consentimiento tomó por un desvío. Entraron en un gran descampado. Al fondo, se veía un galpón a medio terminar con una antena en el techo. Por todas partes había troncos agrupados por el diámetro y dentro de un brete alguien se había olvidado un termo. Varios pájaros negros picaban virutas y una figura que salió del galpón empezó a acercarse al auto. Mariana se dio cuenta que el himno estaba un poco fuerte y se adelantó para bajar el volumen. Antes de poder hacerlo, sin embargo, lo subió aún más y se escuchó en el aserradero la estrofa "Coronados de gloria vivamos"
La figura se acercó al auto.Era una mujer que tenía puestas unas zapatillas con la suelas plateadas y en la cintura llevaba un miniphone.
-¿No quiere bajarse? -le preguntó a Mariana.
-Gracias, ya nos vamos...
El himno se escuchaba bajito pero a Mariana le pareció que la mujer seguía el ritmo con la suela plateada de las zapatillas. El sol pegaba en el parabrisas y los pájaros que picoteaban virutas se habían ido a un árbol, como si hubieran terminado una comida suculenta.
La mujer abrió una revista y señaló una foto.
-Mi marido es un maldito -dijo-. Yo estoy encerrada aquí con todos estos troncos, en medio de este calorón, y me trae esto ¿Le parece?
Mariana miró la foto de una pareja en un paisaje de montañas y lagos. A un lado, se veía una cabaña, un jardín y un arroyo que serpenteaba entre unas piedras redondas y perfectas. La chica de la foto tenía unos rulos rubios largos que eran como los tirabuzones de una guirnalda de carnaval.
-Es el hijo del presidente en Bariloche -explicó la mujer-. Y, después, como realmente fuera un problema para ella, anunció: -Yo no sé de qué madera es ésta casa pero, ¿a quién no le gustaría algo así?
Mariana volvió a mirar la foto y los troncos que había alrededor de la mujer con zapatillas de suelas plateadas. Con ninguno parecía posible construírse una cabaña como la de la foto. Unas nubes negras aparecieron por el horizonte, detrás de una línea color rosa que era como la hebra de lana de un ovillo enorme.
-Granizo -dijo la mujer, al ver que Mariana las miraba-. Otro año sin fruta.
La remisera volvió corriendo, con un gesto de satisfacción, y cerró la puerta del auto con tanta fuerza que los pájaros negros salieron disparando.
Cuando arrancaron, la mujer del aserradero saludó a Mariana con la revista enrollada y sonrió. Las suelas paletadas de lejos no se veían, la separaban del piso, de las virutas que comían los pájaros, de esos troncos ordinarios y hasta del calor. "Parece que está levitando", pensó Mariana.
-Con lo que conseguí van en cana -dijo la remisera y siguió los cinco kilómetros que faltaban para el aeropuerto.

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