Pierre-Laurent AimardSé que hay cosas peores (la muerte, los trencitos en las fiestas de casamiento, las radios en los taxis). Y sé, también, que los premios Gramophone son apenas una lectura, sesgada, de lo que pasa en el mundo de la música clásica. Pero, a título casi de curiosidad, resulta interesante revisar la “lista de finalistas” para el premio a la figura musical del año propuesta por la revista inglesa para que sus lectores voten al músico “que en los últimos 12 meses más lo haya impactado e inspirado” y comprobar que, de los integrantes de esa lista de luminarias, en la Argentina no se sabe casi nada. Pierre-Laurent Aimard, por ejemplo, es indudablemente uno de los grandes pianistas del momento (con o sin lista de Gramophone) y casi toda su discografía –entre ella su fenomenal selección de los
Estudios de ritmo, de Messiaen o el
Arte de la Fuga, de Bach, o el
Concierto de Dvorak o los de Beethoven, junto a Harnoncourt– jamás llegó a este país. Pero a Aimard, sobre todo por sus
Estudios de Ligeti –publicados en su momento por Sony–y sus grabaciones con Boulez, por lo menos se lo conoce de nombre. El pianista Jean-Efflam Bavouzet o la soprano Diana Damrau, en cambio, son, por lo menos para mí, totalmente desconocidos. Entre los más familiares de la lista están el coro The Sixteen, la mezzosoprano Sarah Connolly, los bajo-barítonos Gerald Finley y Bryn Terfel, y los directores Mariss Jansons, René Jacobs y la estrella Gustavo Dudamel. Hace años, cuando dictaba Introducción a la Estética en el CEAMC, habíamos realizado una encuesta entre abonados al Teatro Colón acerca de quiénes eran los grandes directores de orquesta del momento (el objetivo del trabajo era una especie de introducción a la investigación sociológica aplicada a la estética y no hacer una lista de "los más votados"). El resultado había arrojado el sorprendente (o no) resultado de que los tres más nombrados –Von Karajan, Böhm y Bernstein– estaban muertos. Al cruzar esos datos con otros resultaba que la era del CD (por ponerle un nombre un poco pretencioso) casi no había incidido en la formación del gusto. Y es que, en tiempos del LP, no había muchos pero estaban bien exhibidos. Dicho de otra manera, en el gusto argentino mayoritario –dentro, desde ya, de esa minoría que escucha música clásica– falta mucho de los últimos treinta años y casi todo lo posterior a la crisis de 2001 y la posterior instauración de las dos monedas –dólar para el mercado externo y para los ricos; pesos para nosotros (y para los gastos locales de los ricos que, gracias a ello, son ricos)–. ¿Por qué será que en esos lejanos márgenes (Nueva York, Londres. París, Berlín, Tokio) se niegan a tomar contacto con nosotros, en el verdadero centro del mundo?
La respuesta es fácil, Diego: los yankis por yankis; los ingleses porque las Malvinas son argentinas; los franceses por su mala onda usual; los alemanes por nazis y los japoness por chinos. Y no te olvides: los que somos realmente ricos no usamos dinero.
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