martes, 1 de septiembre de 2009

Lo alto y lo bajo


Se habla –yo lo lo he hecho, sin ir más lejos– de los cruces entre lo alto y lo bajo; de cómo los límites entre la cultura alta y la cultura baja se han vuelto, a partir del siglo XX, frágiles y difícilmente discernibles. Tal vez no sea exactamente así. Es posible que haya cambiado la mirada –o la mirada posible– de la cultura alta sobre la baja y, obviamente, se afincó la idea, muy difícilmente pensable en épocas anteriores, de que existía un saber del pueblo, un folklore, atendible (y convertible en objeto de la cultura alta). En todo caso, la cultura alta admitió en sus filas otras cosas pero no dejó de ser alta. Hay allí, hoy, multitud de objetos cuyo origen está en lo bajo. Pero sea porque recibieron una "estilización" por parte del mundo de lo alto, o, a veces, simplemente porque una mirada suficientemente distante, los lejanizó y los convirtió en algo distinto de lo que eran (la pieza ritual colgada en la pared del museo, la música tribal en los parlantes stereo de nuestra casa), dejó de pertenecer al mundo de lo bajo. Recuerdo –e ignoro, por ahora, si es absolutamente pertinente en este caso– los esfuerzos de algunos intelectuales y artistas, en los 70 y sus remezones, puestos en la argumentación de que lo que el pueblo consumía y disfrutaba no era lo "verdaderamente" popular. Había una "verdadera cumbia", por ejemplo, que nada tenía que ver con la que se bailaba en las villas (todavía no en las fiestas de las Lomas de San Isidro). Más allá de la dificultad de algunos para diferenciar respeto de mimetismo y para admitir que sus gustos son bien distintos de los del anhelado pueblo, aparece allí esa cuestión de la lejanía que parece ser indivisible de la aceptación de lo bajo como posible objeto alto. Una cosa son los pigmeos –o incluso los chiriguano, los mapuche o los mataco– y otra muy diferente los grasas. Una cosa es el canto nupcial de un pueblo perdido y otra el reggaetón. Una película brillante –o por lo menos recordada por mí como brillante– ponía en escena esta cuestión. En El plomero (The Plumber, 1979), uno de los films de Peter Weir realizados todavía en Australia, una antropóloga "progre", que relataba a sus amigos cómo había pasado dos días de pie y tomado unos brebajes asquerosos (ella no los definía de esa manera, claro) junto a un chamán, para recibir cierta clase de conocimiento de un pueblo aborigen, terminaba totalmente sacada por un plomero que se instalaba en su ducha durante días –y que escuchaba música grasa, no música étnica–, hasta el punto de fraguar un robo y denunciarlo a la policía. Supongo que a varios de los que circulamos por el mundo de este blog y disfrutamos con Jarrett, Mozart, Lee Konitz, Schubert, Demare y hasta danzas rituales del Ponto y cantos de marinos balleneros, nos pasaría lo mismo. Y es que toda la cultura de la que aquí se habla es cultura alta. Admite otras cosas que las que admitía en el siglo XIX pero sigue siendo alta. Hay que reconocer, de todas maneras, que, aunque alta, es mucho más accesible (no sé si más deseable) para muchas más personas que hace cien años.

2 comentarios:

  1. A ver si entendí: quien está (o se siente) instalado en la cultura alta, solo acepta objetos de la cultura baja si al mismo tiempo le son lejanos (por decirlo esquemáticamente)?
    Tal vez falta una tercera idea, la cultura industrial, cultura no creada por, en el pueblo, auténticamente popular, menos para comercio que por el placer de crear y expresarse, o para cumplir una función social (celebraciones, etc). Es válida la distinción? lo es parcialmente? Pienso, obvio, en los Beatles: no eran (mejor dicho, llegaron a ser) en este sentido tan "industriales" como cualquiera, y sin embargo...?
    Excelente blog, Diego. Un notable ejemplo de nula pirotecnia y mucha sustancia.
    Saludos cordiales.

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  2. Gracias por tu comentario. Creo que son cosas que están por pensarse. La teoría, en este campo, no está hecha. Hay que preguntarse (incluso observarse) y empezar a formular hipótesis y seguir pensando.

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